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Promesas Rotas

Autor Rosa Díaz, UPyD

Las fiestas de navidad son para mí propicias para la relectura de viejos libros, de esos que constituyen mi “fondo de armario”, a los que regreso fielmente.

La poesía ocupa un lugar importante. Leer poesía requiere pausa, un cierto estímulo anímico, un deseo de revivir emociones, de disfrutar con lo que ya conoces, con lo que sabes encontrarás al ir pasando las páginas. Yo no memorizo las letras, pero reconozco y anticipo cada una de las sensaciones que sentirá al volver a leer los versos que amo.

Nunca se cuando voy a reabrir el armario. A veces ocurre porque leo algo que me recuerda algo que leí… Otras es una sensación de echar en falta eso que el poeta llamaba “alimento para el alma”. Otras veces es porque alguien a quien conoces te recuerda a otra persona que ya hace mucho tiempo te recomendó un poema…

El caso es que he empezado a desempolvar mis poemas favoritos. Y, como me ocurre siempre que vuelvo a ellos, estoy feliz de sentirme viva. No pretendo ser original y por eso no me importa recomendaros un poema irlandés, de autor desconocido, que ya os he incitado a leer en más de una ocasión. Se que hay lectores nuevos del blog y de la web; para ellos espero que sea un descubrimiento; a quienes lleváis tiempo acompañándonos os invito a disfrutarlo de nuevo. Es, desde mi humilde punto de vista, la más hermosa y triste canción de amor que he oído recitar en una película, en Dublineses (los muertos), de John Huston.

Promesas rotas

Es tarde. Anoche, el perro hablaba de tí.
El pájaro hablaba de tí en el profundo pantano.
Decía que tú eres el ave solitaria a través del bosque,
y que probablemente sigas sin pareja hasta que me encuentres.
Que me diste tu palabra y me mentiste,
y que estarías junto a mí cuando se reunieran los rebaños.

Te llamé con un silbido y trescientos gritos,
pero allí no había más que un corderillo balando.
Me prometiste algo difícil de conseguir: un barco de oro bajo un mástil de plata, doce ciudades, cada una de ellas con un mercado y un bello patio blanco al lado del mar.
Me prometiste algo que no es posible: que me regalarías unos guantes de piel de pescado, que me regalarías unos zapatos de piel de pájaro y un vestido de la mejor seda de Irlanda.

Mi madre me dijo que no hablara contigo, ni hoy, ni mañana, ni el domingo.
Pero eligió un mal momento para decírmelo:
fue como cerrar la puerta cuando ya habían robado la casa.

Tú me has dejado sin este.
Tú me has dejado sin oeste.
Me has dejado sin lo que había ante mí y sin lo que había detrás de mí.
Tú me has quitado la luna, tú me has quitado el sol también.
Y, (mi terror es inmenso):
tú, incluso, me has arrebatado a Dios

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