Los Robots, ya son una realidad, y una sustitución del hombre.
Cuando hace una semana trascendió que Foxconn, la gran
factoría asiática que ensambla los móviles y tabletas de última generación,
había prescindido de la mitad de los trabajadores de uno de sus centros de
producción en China, relevados por un batallón de
robots, a muchos les recorrió un escalofrío. ¿Llegará el día en que un autómata
pueda hacer mi trabajo y mi jefe decida darme el finiquito para ahorrarse el
sueldo y la Seguridad
Social?
Estudios y teorías hay para todos los gustos. Entre las
previsiones más apocalípticas está la realizada en la Universidad de Oxford por
los profesores Carl Frey y Michael Osborne que, en el 2013, tras analizar las
características de 700 profesiones, concluían que el 47 % de los asalariados
estadounidenses corrían el riesgo de verse sustituidos por máquinas antes de
veinte años. Los de relojero, asesor fiscal, bibliotecario o teleoperador eran
apuntados como los puestos más fáciles de mecanizar, como prueba la introducción
en los últimos años (para desesperación de muchos usuarios) de servicios
telefónicos automatizados de atención al cliente.
Siguiendo la misma metodología de ese informe, el centro de
estudios Bruegel calculó que, en el caso de España, la proporción de empleos en
riesgo de deshumanizarse supera el 55 %.
Cifras que no convencen a los investigadores de la OCDE, bastante menos catastrofistas. Y es que el
organismo que agrupa a los 34 países más desarrollados del mundo entiende que,
para obtener un cálculo más realista, no se pueden analizar profesiones en su
conjunto, sino que es necesario estudiar las tareas específicas que desempeña
cada trabajador a título individual y ver cuántas de ellas pueden ser ejecutadas
por ordenadores o algoritmos. Solo en el caso de que las máquinas puedan ejercer
el 70 % de las funciones, consideran que el puesto está en peligro, porque sería
automatizable. Y en esa situación, según los datos de una encuesta propia, solo
se encontrarían un 9 % de los asalariados de las economías más avanzadas. Un
porcentaje que, en el caso de España sube tres puntos, hasta rozar el 12 %,
cifra similar a la de Austria y Alemania y casi el doble del riesgo que detecta el
organismo en países como Corea del Sur, Finlandia o Estonia.
Claro que hay una proporción de trabajadores mucho mayor,
casi una cuarta parte del total, que en un horizonte temporal no muy lejano
verán cómo una buena parte de sus tareas las desempeñan máquinas, «lo que los
obligará a adaptarse» al nuevo escenario, remarcan desde la OCDE. En total, un
tercio de los empleos actuales en España se transformarán durante esta nueva
revolución industrial.
Nueva porque, en realidad, no es la primera vez que un salto
tecnológico pone patas arriba el mercado de trabajo. Solo hay que pensar en la
máquina de vapor, en los telares automáticos o en la misma electricidad. Avances
que en el corto plazo provocaron una pérdida sustancial de empleos, pero que con
el tiempo facilitaron la aparición de nuevos sectores productivos, con puestos
menos penosos y una mejora de la calidad de vida.
En esa línea, Richard Duro, catedrático de Inteligencia
Artificial de la Universidade da
Coruña, explica que las máquinas «se harán cargo de las tareas pesadas,
penosas, como las de esa gente que se pasa todo el día poniendo tornillos, pero
a la vez generarán otros más creativos y de mayor calidad». En realidad,
recuerda, «los robots están en la industria desde los años cincuenta», como
saben muy bien en la automoción gallega, donde a día de hoy sería impensable
fabricar un coche solo con mano de obra humana.
Producción en proximidad
No solo eso sino que, como recuerda Jesús Lampón, profesor de
Organización de Empresas de la Universidade de Vigo, la mecanización de
los procesos de producción en este sector ha frenado la deslocalización en
Galicia -hay empresas, como la porriñesa Adhex, que gracias a la innovación ya
son capaces de exportar componentes a China- y dado paso incluso a la
relocalización de ciertas factorías, puesto que los costes logísticos de
producir en el extranjero superan a veces el ahorro en mano de obra. Es lo que
le pasa a Adidas, que abrirá una fábrica totalmente
mecanizada para producir calzado deportivo en Alemania 20 años después de
llevarse la producción al sudeste asiático.
En Galicia, el empleo en robótica, aunque escaso de momento,
es ya una realidad. Uno de los grandes exponente es Ledisson, compañía que no
fabrica autómatas, sino que se encarga de programar sus controles; en
definitiva, de darles vida. Este año, como explica Óscar Rodríguez, responsable
de recursos humanos de la firma, que obtiene en el extranjero cerca del 90 % de
su facturación, ya han contratado a 15 técnicos y la previsión es seguir
creciendo. Para ellos, el único problema es encontrar profesionales y retener a
los que ya tienen en plantilla, «que reciben entre dos y tres ofertas de trabajo
a la semana de media».
Rodríguez tiene claro que, al igual que hace treinta años
nadie hubiese pensado en poder ganarse la vida como community manager,
los trabajos del futuro están todavía por definir, pero que los robots no
acabarán con el empleo, sino que lo transformarán.
En ese sentido, Duro explica que la mecanización es clave
para la reindustrialización que pretende Europa, que precisa fábricas flexibles
capaces de adaptarse a las necesidades de cada cliente sin disparar los costes.
De momento, explica, la investigación avanza a dos velocidades: «A más corto
plazo, de lo que se trata es de obtener robots colaborativos, que convivan mejor
con los humanos, a los que no sustituirán, sino con los que trabajarán en
equipo, haciendo las tareas pesadas y dejando la parte creativa al humano». A
largo plazo, sin embargo, se buscan robots con un proceso de aprendizaje similar
al humano, que les permita interactuar con nosotros y, por ejemplo, ocuparse de
tareas más delicadas, como ciertos cuidados sanitarios, aunque este ya es un
desarrollo difícil de predecir: «Podemos hablar de 20 o de 200 años». Muchos
cruzarán los dedos para que la jubilación les pille antes de que sea una
realidad