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CON LUPA , Jesús Cacho

De un viejo país ineficiente

Jesús Cacho - 09/05/2010

El sábado 1 de mayo, uno de los Espírito Santo, dueños del banco de mismo nombre con presencia en España, dio una fiesta en la vieja finca familiar sita en el estuario del Sado, bahía de Setúbal, sur de Lisboa, muy cerca de Alcácer do Sal, a la que asistió la elite empresarial portuguesa. Ningún miembro del Gobierno de José Sócrates, y un solo representante de la clase política local: el nuevo presidente del Partido Social Demócrata (PSD), principal fuerza opositora, Pedro Passos Coelho. Un motivo de conversación: la crisis financiera que, en la estela griega, ha colocado a Portugal contra las cuerdas tras la rebaja del rating de la deuda lusa efectuada por Standard & Poor’s (S&P). Y un solo español entre 120 invitados de postín, que a punto estuvo de abandonar precipitadamente el festejo, incapaz de soportar la presión generalizada de los asistentes: “¿Pero cuándo vais a echar a ese tío…?” El tío al que hacía referencia la clase dirigente portuguesa no es otro que José Luis Rodríguez Zapatero. Según Passos Poelho, “para un país pequeño como Portugal, pegado a la espalda de un vecino tan importante como España, lo que está ocurriendo con Zapatero es una tragedia, porque nosotros pagamos los platos rotos del descontrol español antes de que la cuenta llegue a Madrid. Este hombre se tiene que ir cuanto antes…”.

Afirmar hoy que la combinación de dos crisis, la política y la económica –más grave la primera, por muy aparatosa que se presente la segunda- ha colocado a nuestro país en uno de los momentos más críticos desde la Guerra Civil no es decir demasiado, a la vista de lo ocurrido en las últimas semanas. Muchas veces hemos dicho en este Con Lupa que el horizonte español de salida de la recesión era un buen puñado de años de estancamiento a la portuguesa o a la japonesa, que tanto monta, con crecimientos mínimos del PIB, altas tasas de paro y su correlato de empobrecimiento colectivo. Ya no es eso. Ahora mismo no se trata de eso, sino de algo más grave y urgente: la posibilidad de que una explosiva combinación de crisis de deuda y hundimiento de una parte sustancial del sistema financiero, fundamentalmente de las Cajas de Ahorro, se traduzca en un default, vulgar suspensión de pagos, del Reino de España. Un escenario agudizado por la situación de Grecia, obligada de facto a renegociar su deuda, que extiende su contagio a países con problemas de endeudamiento y de pérdida de competitividad como es España. Tras lo ocurrido esta semana, todo indica que estamos en un camino muy corto –probablemente antes del verano- y sin retorno, al final del cual se yergue la sombra de un crash de impredecibles consecuencias.

Inútil resulta a estas alturas aludir a la sucesión de errores, centrados muy grosso modo en la pérdida de un tiempo precioso para haber adoptado las medidas de ajuste pertinentes, que han conducido a esta situación. Toda la política del Gobierno socialista consistió en negar la crisis, y una vez que su reconocimiento se hizo inevitable, intentar combatirla con una expansión del gasto público, filosofía resumida en el famoso “no me fastidies, Pedro, no me digas que no hay dinero para hacer política”. De modo que el enfermo español, cuya gravedad presentaba ya en el estallido de la crisis, finales de 2007, los síntomas clásicos de toda debacle económico-financiera que en el mundo ha sido, es decir, inflación de activos, altos niveles de deuda privada, pérdida de competitividad, un voluminoso déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente y una recesión, ha entrado en la UCI por culpa de la generación de un déficit público descomunal (11,4%), que sigue engordando.

Semejante cuadro, cocinado al baño maría de la crisis griega, ha convertido a España en un firme candidato a sufrir en sus carnes la situación de insolvencia que todo padre de familia acostumbrado a gastar más de lo que ingresa se ve obligado a afrontar en algún momento de su vida. Los españoles sabemos ya que Rodríguez Zapatero no acometerá las reformas que la situación demanda a gritos, y lo peor es que lo saben también los inversores extranjeros. También sabemos que si desde dentro no acometemos el ajuste de grado, desde fuera nos lo impondrán por fuerza. Nuestro funambulista, como esta semana lo calificaba el Herald Tribune, vive más que nunca recluido en su torre de marfil de Moncloa, rodeado por esos visitadores nocturnos, que decía Juan Luis Cebrián, que le recitan al oído el discurso que él quiere oír, no te preocupes, Presidente, no te amilanes ante los catastrofistas, esto no está tan mal, hemos salido de la recesión y en algún momento a lo largo de 2011 empezaremos a crear empleo, de modo que puedes volver a ganar las elecciones de 2012, porque lo que hay enfrente tampoco enamora. Y a eso juega con obstinación suicida. Una de las más recientes incorporaciones al “club de los visitadores” es la de Miguel Boyer (tres veces ha sido recibido en los últimos tiempos: “las dos primeras me preguntaba cómo veía la situación, yo le contaba mi punto de vista y él me despedía casi sin abrir la boca”), un hombre que parece empeñado en arruinar su antaño notable prestigio, que el pasado martes, en El País (“Ganar dinero apostando al desastre”) venía a confortar a ZP afirmando que “la demanda global” nos sacará del atolladero, de lo que se deduce que el genio de León no necesita mancharse las manos con las reformas, nada de esfuerzo, que sudar es de obreros.

Ya hemos encontrado un culpable: los especuladores

Don Miguel, que en su artículo se queja de “este clima lleno de exageraciones negativas y de especuladores”, le ha dolido en especial que “una agencia de rating de la importancia de Standard&Poor’s, haya contribuido a las ideas pesimistas -aunque sea levemente- pasando su rating para la deuda española de AA+, a sólo AA”. Lo que seguramente no sabe, o tal vez sí, es que el secretario de Estado de Economía tuvo que emplearse a fondo con S&P para convencerle de que no incluyera a España en el paquete de los leprosos, Grecia y Portugal, que recibieron su castigo el 27 de abril. El favor consistió en rebajarle el rating a España en solitario y 24 horas más tarde, el 28 de abril. José Manuel Campa parece haberse ganado también el sueldo con Moody’s, a la que ha persuadido, de momento, para que mantenga la calificación AAA para la deuda soberana española, aunque “todos en el Ministerio estamos convencidos de que nos la rebajará más pronto que tarde”. Zapatero, desagradecido, ha pagado esos favores pidiendo una agencia de calificación de riesgos europea que rompa el oligopolio de las anglosajonas (S&P, Moody's y Fitch) y ello con el mismo desparpajo con que el 9 de enero, hace apenas 4 meses, pedía sanciones para aquellos países de la Unión que no cumplieran el objetivo de equilibrio presupuestario…!

A Boyer no le han salido gratis los consejos que ha prodigado en Moncloa los últimos meses. El pasado 15 de abril, el ex ministro fue nombrado “consejero independiente” de la pública Red Eléctrica de España (REE). Ya podemos seguir aconsejando a ZP de que no es bueno hacer reformas en tiempo de crisis. Lo ha contado Mariano Rajoy a sus íntimos tras el encuentro en la tercera fase celebrado esta semana en Moncloa: “le decía que así no podemos seguir más tiempo, que hay que hacer reformas ya, y me contestaba que la situación no es tan grave, que a mí me están intoxicando y que las cosas no están tan mal”. El único problema son los “especuladores”, el nuevo mantra que el agit prop gubernamental expande estos días por tierra, mar y aire. Los malditos especuladores, muy honorables gentes antaño, cuando llegaban a España dispuestas a invertir su dinero a largo plazo, de repente convertidas en la “conspiración judeomasónica” del zapaterismo, y ello porque algunos han decidido llevarse su dinero a lugar más seguro, lejos de un radical de izquierdas incapaz de cumplir con las obligaciones del cargo, un tipo que ya no inspira la menor confianza dentro o fuera.

Alarmante resulta constatar que, con los ingresos fiscales cuesta abajo, el servicio de la deuda cuesta arriba (el diferencial entre la rentabilidad del bono español a 10 años y el alemán se ha disparado a 164 puntos básicos, con aumento del 67% desde el lunes) y la ausencia de planes serios de recorte del gasto, los desequilibrios básicos no hacen sino aumentar y a gran velocidad, retroalimentando la desconfianza radical de los mercados financieros tanto en la sostenibilidad de las cuentas públicas como en la existencia de un horizonte de salida de la crisis. Un escenario agravado por el deterioro de las cuentas de resultados de bancos y Cajas (una mayoría ya en pérdidas) como consecuencia del estancamiento de la actividad, de los números rojos inmobiliarios que habrán de contabilizar en los próximos meses y de la incapacidad de refinanciar a buena parte de sus grandes deudores, incapaces ellas mismas de refinanciar su propia deuda en el BCE y en los mercados financieros (muchos ya cerrados a cal y canto, excepto para los muy grandes). El corolario es la salida de capitales ya en curso, un proceso que solo puede acelerarse como consecuencia de la creciente sensación de que España se enfrenta a una situación de final incierto.

No hay más salida que la política

El descrédito del Ejecutivo es tan grande, que muy probablemente a estas alturas cualquier acción gubernamental destinada a evitar el crash está condenada al fracaso. No sólo el Gobierno ha rehuido presentar un plan de austeridad fiscal, de saneamiento del sistema financiero y de reformas estructurales capaces de convencer a los mercados de que era posible salir de la crisis y poner las finanzas públicas en orden, sino que ha incumplido las magras promesas que a primeros de febrero la ministra Elena Salgado y el secretario de Estado Campa vendieron durante su road show por Londres y París. Precioso tiempo perdido. El resultado es que a medida que pasan los días, las exigencias de los mercados son mayores. Si hace un año, incluso unos meses, hubiera bastado un programa moderado de reformas presupuestarias y estructurales, ahora la exigencia de disciplina y de reformas es mucho más enérgica para ser creíble. La consecuencia de todo ello es que va a resultar muy complicado evitar un desplome económico-financiero del país.

Como se ha insistido en otras ocasiones, la solución ya solo puede ser política, y camina por la vía de lo que cada día parece más necesario: un adelanto de las elecciones generales. A Rodríguez Zapatero le quedan prácticamente dos años de Gobierno, poco tiempo quizá para sus ansias de poder, pero demasiado para España. La sensación general que estos días se oye en labios normalmente ponderados es que “esto no aguanta y se va a freír puñetas antes de verano”. La incertidumbre subió ayer un grado con la noticia de la intervención de S.M el Rey, aquejado de un tumor pulmonar, lo que abre un paréntesis de imprevisibles consecuencias. De ahí que la responsabilidad del PP y Rajoy no se agote con la denuncia de la situación, y tal vez requiera ya de un paso al frente capaz de formular una moción de censura que, al menos, alerte a todos de la gravedad del momento y obligue a los nacionalistas de derechas a definirse ante Zapatero.

Esa responsabilidad no es solo de la derecha política. Es también, y muy fundamental, de unos empresarios –grandes banqueros incluidos- que siguen sosteniendo al frente de CEOE a un Díaz Ferrán en suspensión de pagos, y que callan como vulgares furcias ante la situación. Esa responsabilidad compete igualmente a las elites del Partido Socialista, que no pueden asistir impávidas al ejercicio de irresponsabilidad de un Presidente desbordado de la situación, que se limita a lanzar tontos mensajes de tranquilidad mientras bracea cual náufrago tratando de ganar tiempo. Verle ayer explicarse en televisión tras la cumbre extraordinaria de los jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona que dio vía libre a la ayuda a Grecia, resultó un ejercicio penoso: estamos ante un hombre superado por la marea, que no sabe muy bien lo que dice, y que parece encontrarse al límite de su resistencia emocional. Triste fin de semana para un país triste. Tal vez sea llegado el momento de refugiarse en la poesía y seguir los consejos de Gil de Biedma en su “De Vita Beata”: “En un viejo país ineficiente/ algo así como España entre dos guerras/ civiles, en un pueblo junto al mar,/ poseer una casa y poca hacienda/ y memoria ninguna. No leer,/ no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,/ y vivir como un noble arruinado/ entre las ruinas de mi inteligencia”.

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