La mecánica sindical se apoya en un elevado número de “liberados” que llevan toda su vida “laboral” como delegados
Sindicalismo comparsa
Zapatero recibe a la patronal y sindicatos en junio de 2009.
Nunca hubiesen sido posibles, por ejemplo, las modalidades de contratación "basura" que han aprobado en España gobiernos de distinto signo sin el pláceme de UGT y CC.OO
Al frente de las centrales sindicales ha habido, en nuestra historia democrática reciente, personas más o menos equilibradas en su ejecutoria y poco o mucho dadas a la estridencia, pero ninguna ha dejado de ser presa de un entramado viciado y alejadísimo de su deber ser. El sistema sindical español, la maquinaria que ha de hacer de necesario y justo contrapeso al empresariado, el refugio al que los trabajadores han de acudir para ver defendidos sus derechos laborales, asistenciales y económicos, no es hoy más que una forma de ganarse la vida a través de instituciones que se alimentan de fondos públicos y cuya misión es jugar de coartada en un muy concreto entramado económico y laboral.
Los sindicatos españoles llamados de clase o mayoritarios tienen atribuida la representación de los trabajadores a pesar de contar con un porcentaje de afiliación absolutamente ridículo, nos cuestan un pastón a todos los contribuyentes, y funcionan internamente bajo los mismos parámetros que cualquier empresa privada.
Y lo peor no es eso, lo peor es la absoluta dimisión del cometido por el cual existen: la defensa del trabajador. Vivimos malos tiempos, tiempos de crisis, pero hemos estado hasta hace no mucho disfrutando de una falsa fiesta de vacas gordas que sólo ha sido posible, entre otras muchas cosas, gracias a la aquiescencia de unas centrales sindicales que han aceptado, sin rechistar, el menoscabo constante de las condiciones laborales de sus representados. La época en la que el sacrosanto beneficio empresarial ha alcanzado máximos, ha coincidido con la entrada de los derechos laborales en la última trinchera del minimalismo.
La mecánica sindical se apoya en un elevado número de "liberados" que llevan toda su vida "laboral" como delegados. No son trabajadores como tales, su oficio es la labor sindical; cobran mucho más que sus compañeros de la misma función, puesto y antigüedad, y se reúnen a "negociar" con la representación de la empresa en un eterno ejercicio de trágala que garantiza su permanencia en el cargo. ¿Cómo? Muy sencillo, mediante la cesión por parte del empresario de ciertas facultades tales como la de oficina de contratación, la del manejo de cursos internos en las empresas, la de la administración de la promoción laboral y profesional, e incluso la de su trepada, con el tiempo, a cargos directivos de las empresas donde prestan sus servicios. No es raro el sindicalista veterano que a lo largo de su dilatada carrera acumula menos de un año de trabajo real y puede presumir de haber negociado condiciones laborales a ambos lados de la mesa.
Oiga, y todo esto con su dinero y el mío. Pero nadie se atreve, en esta España de lugares comunes, frases hechas indemostradas y corrección política de todo a cien, a negar su legitimidad y esencial concurso en la vida socioeconómica del país.
Por supuesto, todas aquellas agrupaciones sindicales que no sean como ellos, no se nutran de los Presupuestos Generales del Estado sino de las cuotas de sus afiliados, no toleren lo intolerable y tengan un grado de afiliación real y efectivo, son deleznables muestras de la endogamia de ciertas élites insolidarias. Y ello a pesar de que no exista elitismo laboral más agudo que el de los que viven como liberados sindicales de UGT y CCOO, cobran por no trabajar y se pasan la vida diciendo sí a lo que al empresario de turno le pete a cambio de no bajarse de unas alturas fuera de las cuales hace mucho frío