El Pensador
«Nuestro
planeta es indivisible. En Norteamérica respiramos el oxígeno generado en las
selvas ecuatoriales brasileñas. La lluvia ácida emanada de las industrias
contaminantes del Medio Oeste de Estados Unidos destruye los bosques canadienses.
La radiactividad de un accidente nuclear en Ucrania pone en peligro la economía
y la cultura de Laponia. El carbón quemado en China eleva la temperatura en
Argentina. Los clorofluorocarbonos que despide un acondicionador de aire en
Terranova contribuyen al desarrollo del cáncer de piel en Nueva Zelanda. Las
enfermedades se propagan rápidamente a los más remotos rincones del planeta, y
su erradicación requiere un esfuerzo médico global. Por último, la guerra
nuclear y el impacto de un asteroide suponen un peligro no desdeñable para
todos. Nos guste o no, los seres humanos estamos ligados a nuestros semejantes
y a las plantas y animales de todo el mundo. Nuestras vidas están entrelazadas.
Dado que no hemos sido dotados de un conocimiento instintivo sobre el modo de
convertir nuestro mundo tecnificado en un ecosistema seguro y equilibrado,
debemos deducir la manera de conseguirlo. Necesitamos más investigación
científica y más control tecnológico. Probablemente sea un exceso de optimismo
confiar en que algún gran Defensor del Ecosistema vaya a intervenir desde el
cielo para enderezar nuestros abusos ambientales. Es a nosotros a quienes
corresponde hacerlo.
No tendría por qué ser imposible. Las aves —cuya inteligencia tendemos a
subestimar— saben cómo mantener limpio su nido. Otro tanto puede decirse de los
camarones, cuyo cerebro tiene el tamaño de una mota de polvo, y de las algas, y
de los microorganismos unicelulares. Es tiempo de que también nosotros lo
sepamos».
Miles de
millones (1997)