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Thierry no es Vargas Llosa

José Antonio Zarzalejos

José Luis Rodríguez Zapatero (i), conversa con Alfredo Pérez Rubalcaba (EFE).

España se ha apartado del paradigma de la política europea; es un país excéntrico -incluso extravagante- respecto de los UE. No sólo por el alto grado de disenso político y social -lo hay también en otros-, sino, especialmente, por las razones que enfrentan y dividen a unos y a otros en la contienda por mantenerse o por lograr el poder. Hemos regresado a la periferia europea no sólo por razones económicas, sino también políticas. Comenzamos, de nuevo, a constituir una rara avis en los protocolos habituales de las temáticas públicas en el Viejo Continente.

Y quizás esa excentricidad española se resuma en el Comité Federal del PSOE, al que dirigentes socialistas acuden hoy con la incógnita de si su máximo dirigente desvelará su traída y llevada renuncia a continuar al frente de la organización y de la candidatura a la presidencia del Gobierno. Todos sabemos que se irá; falta saber cuándo lo anunciará -¿hoy?- y en qué momento lo ejecutará, si apurando la legislatura o antes de su conclusión. Quede claro que el único y exclusivo responsable de añadir al listado de incertidumbres la suya propia, es el mismísimo presidente del Ejecutivo, quien en un ramalazo de frivolidad dijo en diciembre pasado que “ya tenía tomada una decisión”.

Como ha escrito Patxo Unzueta en El País (31 de marzo pasado) -y el periodista vasco se conoce el percal-, “no es que Zapatero tenga dudas sobre lo que hacer sino que le falta resolución para hacerlo. Negocia consigo mismo sobre el ser o el dejar de ser y se detiene inmediatamente antes de comunicar el resultado de sus cavilaciones. Mejor análisis de la catadura del personaje, imposible. Tampoco le va a la zaga la reflexión en el mismo periódico del catedrático y ex director de CIS, Fernando Vallespín: “Es posible que todo este cúmulo de vacilaciones (de Zapatero) tuviera su origen en otra indecisión, en no haber actuado con presteza al presentarse los primeros síntomas de la crisis. Este sí que es el fantasma. A partir de ahí, al no haber aprovechado la ocasión cuando correspondía, se achicó el espacio de la política para toda la legislatura”.

En un arranque de falsa seguridad -un tanto campanuda y pomposa- y de dudosa oportunidad, ayer por la tarde Zapatero declaraba a varios periódicos: "Está pensado. Sé como tengo que hacer las cosas. Tengo un apoyo impresionante de mi partido." Palabras que no menguan la perspicacia de las opiniones de los analistas citados.

Los dos analistas citados -nada sospechosos de animadversión hacia el presidente- ponen encima de la mesa la gran cuestión: es el propio Zapatero el que crea “su” crisis y hace que la padezcamos todos y gravite sobre la recesión económica, desquiciando a su propio partido, confundiendo a los empresarios -a grandes y pequeños-, desorientando a los Sindicatos, excitando la que Antoni Puigverd (ayer en La Vanguardia) ha denominado “la lógica del chacal” en la oposición y provocando en los medios de comunicación unadinámica de información puramente especulativa. O sea, los destrozos de la “decisión” de Zapatero resultan, a todos los efectos, de altísimo coste.

El presidente provoca su propia crisis; ETA causa otra adicional con sus actas; el caso Faisán pone en la picota al Ministro del Interior y vicepresidente que es, en hipótesis verosímil, una alternativa al propio Zapatero y, para que el círculo excéntrico de una España desquiciada quede bien cerrado, la continuidad de las reformas pierde ritmo

Su marcha no tiene vuelta atrás porque bajo su mandato, además, ha estallado el llamado caso Faisán y la trifulca sobre la credibilidad y veracidad de las actas de ETA en las que la banda terrorista habría reflejado su negociación en el “proceso de paz” de 2006, cuyas supuestas virtualidades han quedado -para aquellos que se las atribuían- ciertamente disminuidas. Sobre el chivatazo policial del 4 de mayo de 2006, en el bar Faisán de Irún, no hay duda: se produjo y por esos hechos -constituyan revelación de secretos o colaboración con banda armada- están imputados un inspector (José María Ballesteros), un ex jefe superior de policía del País Vasco (Enrique Pamies) y un ex Director General de la Policía (Víctor Garcia Hidalgo). Y existe una responsabilidad política -aunque el PP se haya desbocado dialécticamente, recordando el histrionismo que frustró su victoria electoral en 1993- que es razonablemente exigible al Gobierno por esos hechos que en modo alguno podrían incardinarse en el amplio margen de maniobra que un Ejecutivo debe disponer para intentar una -desde mi punto de vista, siempre inútil- “solución dialogada” al terrorismo etarra.

El oficio de escribir y el de matar

Por lo que a las actas etarras se refiere, el asunto es sencillo: en la medida en que los medios las dan por buenas -unos para atacar al Gobierno y otros para defenderlo- y las publican con honores de portada y cinco columnas; en la medida en que obran como piezas de convicción en procedimientos judiciales y en la medida en que algunas de las descripciones contenidas en esos escritos se corresponden con realidades acaecidas, esas actas son creíbles y veraces, aunque repugne reconocerlo. Y a mí, me repugna hacerlo casi hasta la náusea porque no por ciertas dejan de ser bazofia: es más, la bazofia etarra es otra certeza concluyente. Es cierto también que esas actas contienen descontextualizaciones, errores, equivocaciones y subjetividades de los terroristas, pero es una constante histórica que ETA ha documentado todos sus encuentros, diálogos y negociaciones (hasta los importes de las extorsiones que perpetra), tanto para información interna como para testimoniar públicamente sus comportamientos y decisiones.

O sea, el presidente provoca su propia crisis; ETA causa otra adicional con sus actas; el caso Faisán pone en la picota al Ministro del Interior y vicepresidente que es, en hipótesis verosímil, una alternativa al propio Zapatero y, para que el círculo excéntrico de una España desquiciada quede bien cerrado, la continuidad de las reformas pierde ritmo: seguimos sin acuerdo o, alternativamente, normativa, que remoce la negociación colectiva; la recapitalización de las Cajas ha registrado el enorme fiasco de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) quebrándose el Banco Base con el consiguiente deterioro del Banco de España; queda por introducir por ley el techo de gasto para la Administración del Estado y las autonómicas; no hay texto normativo que explique cuándo se va a acometer la emergencia del empleo y, en general la economía denominada “sumergida”.

Y las perspectivas siguen siendo malas en crecimiento (máximo un 0,4 en 2011), peores en desempleo (estaremos en los cinco millones de parados, el 21%), desalentadoras en cuanto al ahorro de las familias (ha disminuido 5 puntos) y desoladora la retracción del consumo y el alza de los precios de los hidrocarburos que aumentan la inflación y con ella suben los tipos de interés y, en particular, el Euribor de las hipotecas.

Todo esto está sobre las espaldas del Comité Federal del PSOE que, dicho sea de paso, amenaza con convertirse en una jaula de grillos, o en el mentidero de los acertijos de Zapatero, o en el ámbito endogámico de falsas expectativas o en el vehículo de una huida hacia adelante o en el foro de debate sobre una España que -además de excéntrica, resignada- no espera del PSOE y del Gobierno nada más que un poco de sentido común y de moralidad política, ERES en Andalucía aparte (sin olvidar que, al otro lado, también cuecen las habas de Gurtel, puntualización que no es equidistante sino simétrica)

¿Hay acuerdo en algo o sobre alguien? Me temo que no. O quizás sí: que como ha afirmado ese controvertido Jesús Eguiguren -un hombre de apariencia apocada pero con una capacidad destructiva descontrolada- “Javier López Peña, alias Thierry, no es Mario Vargas Llosa. Su oficio no es escribir”. Lleva razón -démosela- en que el terrorista no puede compararse con nuestro Premio Nobel a la hora de redactar. Y la lleva también Eguiguren cuando se refiere a su oficio: efectivamente, el de Thierry es matar, no escribir. ¿Podemos estar de acuerdo, al menos, en este extremo con el inmarcesible Presidente del PSE?

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