No se si era su sonrisa, a veces inexpresiva y bobalicona, o fue algún hada madrina que le tocó con su varita mágica, el caso es que a José Luis Rodríguez Zapatero todo le salía a pedir de boca. Siendo un perfecto desconocido, sin más méritos que mantenerse mudo en el hemiciclo del Parlamento, fue aupado a la Secretaría General del PSOE, en el congreso que este partido celebró en el año 2000. Su postura radical de izquierda, cuajada de afectación y de cursilería, sirvió para que se fijaran en él unos cuantos compromisarios para habilitar una nueva candidatura. Nadie de entre los congresistas, ni los que avalaron su candidatura, esperaban que se alzara con el triunfo. Todos esperaban su derrota y su vuelta irremediable a la irrelevancia y al anonimato dentro del aparato del partido. El miedo al desembarco de José Bono en la Secretaría General del partido se apoderó de unos y otros y se obró el milagro más inesperado. Zapatero, contra todo pronóstico, fue el elegido para regir los destinos del PSOE. Aquí comienza su buena estrella. Los sucesos del 11M habilitaron la terrible escalera de muertos que hizo posible su llegada inesperada a la presidencia del Gobierno. Con el tiempo ha demostrado que ese cargo le venía muy grande. No tenía muchas ideas y la mayor parte de las que aportaba eran tremendamente descabelladas. Pero con el cuento de su sonrisa y su pretendido talante, había logrado ilusionar a mucha gente, logrando de este modo poner siempre en marcha sus proyectos. Y ese incomprensible optimismo facilitó su reelección para presidir de nuevo al Ejecutivo. Pero las circunstancias externas concomitantes y los repetidos errores en la gestión del Gobierno se han aliado para abrir los ojos a una gran parte de los ciudadanos y a eclipsar la estrella de Rodríguez Zapatero. La realidad ha terminado por despojarle cruelmente de su magia y ahora todo le sale mal. No le funciona ya ni la propaganda. Le abuchean y le abroncan las masas y hasta es contestado dentro de su propio partido. En 1996, a base de muchos sacrificios, iniciamos una etapa esperanzadora de desarrollo y normalización que creíamos imparable y definitiva. Poco a poco nos acercábamos ilusionadamente a los estándares de los países del concierto europeo. Se nos tenía ya en cuenta en los demás países de nuestro entorno y se nos respetaba más allá de nuestras fronteras. Comenzábamos a ser un país claramente influyente. Lo sucedido posteriormente ha devuelto a los españoles otra vez al punto de partida. La política caprichosa y sectaria de Zapatero cortó en seco nuestro despegue económico. Con sus despilfarros planetarios está dejando a España convertida en un solar infausto y formando parte de nuevo del pelotón de los torpes. Ya solamente competimos con países como Letonia y Estonia y otros por el estilo. El prestigio mundial logrado durante años se vino abajo, casi sin darnos cuenta, de la noche a la mañana. Ahora se ríen de nosotros y nos torean hasta personajes como Hugo Chávez y el sultán de Marruecos. Hemos perdido prácticamente toda nuestra dignidad. Como Rodríguez Zapatero es tan celoso de su imagen le molesta enormemente que se rían de él y los abucheos le sacan de sus casillas. Para evitar esos insultos, nada mejor que escurrir el bulto detrás de un escudo protector. Así, además, si salen mal las cosas, tiene a quien echar las propias culpas. De ahí que, en la última remodelación del Gobierno, hiciera de Alfredo Pérez Rubalcaba un superministro nombrándole vicepresidente primero, con amplios poderes sobre los demás ministros. Evidentemente nadie como Rubalcaba para desempeñar ese puesto, ya que cuenta con una amplia experiencia en todo tipo de guerra sucia desde los nefastos tiempos del felipismo. Sin pérdida de tiempo, Rubalcaba ya ha puesto a todo el Gobierno en estado de combate para atacar, todos a una, al Partido Popular. Se trata de intimidar a unos y amenazar a otros para que se sientan vulnerables y no se atrevan a levantar la voz y no denuncien la irresponsabilidad culpable del Ejecutivo en nuestro desastre económico. El ministro del “pásalo” quiere que se le tema y que se le crea capaz de destruir a quien se le antoje. Desde que alcanzó la vicepresidencia del Gobierno, Rubalcaba se comporta de tal manera que uno no sabe si tenemos delante al mismísimo Rasputín o al propio Joseph Fouché que empezó su actividad política como monárquico y terminó votando la ejecución del rey Luis XVI. En todo caso, José Luis Rodríguez Zapatero mismo puede ser víctima de semejante personaje. José Luis Valladares Fernández Criterio Liberal. Diario de opinión Libre. |