Europa occidental lleva más de medio siglo disfrutando de un espléndido y envidiable estado de bienestar, sin parangón en beneficios sociales con ningún otro período de la historia y con ningún otro país del mundo de hoy día.
Lo malo es que, por la evolución demográfica y por el envejecimiento de su población, esa plácida prosperidad vigente ha podido mantenerse durante los últimos años a costa del bienestar futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos.
Si eso de por sí ya es grave, peor es lo que nos ha ocurrido a los últimos países llegados a ese estado de prosperidad económica y social —Grecia, España, Irlanda y Portugal—: que nos pusimos a gastar como locos para alcanzar a toda prisa el nivel de los demás y que hemos acabado hipotecados hasta las cachas. Ahora, claro, llega el llanto y crujir de dientes al no poder mantener ese tren de vida.
A la gente, el que nos quiten cosas a las que creíamos tener derecho y que pensábamos que nos salían gratis nos cabrea. Por ello resulta lógico que haya huelgas violentas en Grecia, manifestaciones contra Nicolas Sarkozy en Francia y ahora en Gran Bretaña contra los duros recortes que David Cameron calculadamente evitó mencionar en su programa electoral.
Pero el único método que existe para que nuestros hijos puedan conservar cierto nivel de vida es reducir drásticamente el nuestro. Y eso lo sabe hasta Mariano Rajoy, que cuando critica los tímidos ajustes de Rodríguez Zapatero lo que hace es un simple ejercicio de hipocresía.
Y es que, creámoslo o no, y aunque nadie lo desee, se acabó lo que se daba
Autor: Enrique Arias