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Pasión por la Virgen Dolorosa

¿Y qué sé yo?, qué sabe nadie de cómo la eternidad se hace presente en el primer paso, tampoco el porqué el universo se vuelve azul en el segundo y porque en los siguientes el corazón se agita y todo el cuerpo se vuelve alma. Se intenta, pero al séptimo paso las lágrimas reclaman libertad. No se contienen, quieren gritar, quieren dejar patente que nada es ajeno a ella, que todo es por ella, por cada uno de los dolores que vivió en la pasión y muerte de su hijo. ¿Quién es nadie para encerrar en una frase el innombrable delirio que impregna el ambiente a su paso?, ¿qué más cabe después del «viva la Virgen de los Dolores» que emana de cada garganta azul aunque no siempre sea audible al resto de mortales?, ¿porqué en mitad de carrera sus brazos cruzados en el pecho y su rostro triste, sencillo, diferente, recuerdan que cada plegaria será escuchada, que como Madre Dolorosa acogerá bajo su manto a miles de azules?; ¿ Por qué el empeño de explicar lo inexplicable?, ¿acaso cabe explicación en el amor, acaso se buscan los recovecos del dolor que encuentran consuelo a su paso? Al hilo de la emoción, ¿qué sabe nadie del sentir que lleva al pueblo azul a querer agradecer a la Madre Dolorosa con una letanía de piropos tanto amor, tanto amparo hacia los azules? Azules, los mismos que el pasado Viernes Santo la acompañaron a su salida desde San Francisco para su traslado a Floridablanca y su posterior incorporación a procesión a hombros de sus orgullosos portapasos y envuelta en el manto (declarado Bien de Interés Cultural) que para ella ideara hasta la locura el insigne Francisco Cayuela.
Y tras ella, tras la Santísima Virgen de los Dolores, la escolta integrada por los mayordomos de la Virgen, la banda de tambores y cornetas, la sección de la Guardia Civil, la bandera oficial, los nazarenos de los Siete Dolores, y la escolta a caballo de la Dolorosa. Era el punto y seguido de la procesión azul que este año mostró el estrenado manto de Ptolomeo IV y la biga sobre la que procesiona. Un paño bordado en sedas y oro con una novedosa técnica imitando las teselas del mosaico en el que está inspirado el motivo central, el encontrado en Pompeya y relativo a la Batallas de Issos. Más de 24.000 horas de trabajo han sido necesarias para su realización. El conjunto mereció el aplauso de los espectadores que presenciaron la comitiva desde las tribunas.
Ptolomeo IV procesionó en la parte inicial del cortejo que abrió el estandarte de la Santísima Virgen de los Dolores con los exploradores que Moisés envió a la Tierra de Promisión, la Infantería Egipcia, la primera bandera, Antíoco IV y Débora. La locura en los palcos llegó con el paso de los etíopes, jinetes sin montura que realizaron una y otra pirueta dando muestra del perfecto manejo de los caballos. Cada uno de ellos va ataviado con ricas capetas bordadas en sedas y oro.
Tras los etíopes, procesionó la biga de Moisés y el cortejo de Meiamén al que seguían las amazonas que desfilan en el grupo de las profetisas egipcias cerrando la comitiva de la civilización de los faraones y prologando la llegada de los grupos romanos con Marco Antonio, Cleopatra, el carro del emperador Julio César, la Infantería y la banda romana, Nerón y las cuadrigas de la dinastía de los Flavios. Enganches que volvieron a demostrar su señal de identidad ante el griterío del palco azul.
La Caballería Romana y la de los Dioses Mitológicos dieron entrada a la carroza del triunfo del Cristianismo con la que se puso fin al cortejo eminentemente bíblico para dar entrada a la comitiva religiosa que encabezaba el estandarte del Medallón, el del Cristo Yacente y el trono del Santísimo Cristo de la Buena Muerte a hombros de sus portapasos. Los estandartes del Ángel Velado y el Reflejo, (BIC) precedían la llegada del momento más aguardado por los azules, la entrada en carrera de la Santísima Virgen de los Dolores

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