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Es muy peligroso quedarse sin historia.

"Un pueblo sin pasado es un pueblo sin identidad", se ha dicho; siempre será necesario el pasado, para vivir con rectitud y corregir errores; aunque pueda resultar irritante y ofensivo, con la aniquilación del pasado, no se construye el futuro, sino asumiendo sus frutos positivos y eliminando su aporte negativo; no es bueno anclarse en el pasado sino lanzarse al futuro. El recuerdo del pasado es prenda de algo nuevo que ya está brotando; y este recuerdo de la historia hace posible que el pueblo saque fuerzas, para poder hacer frente a los duros y frecuentes ataques en que se ha visto envuelto a lo largo de los siglos.
El algo nuevo y tierno que germina, nunca debe anquilosarse en el pasado, sino esperar siempre el milagro del futuro. La historia humana se repite. La esclavitud aún no ha sido abolida, sí, aún existen los racismos de color en África, América y empieza a darse también en Europa el racismo de casta en todos los pueblos, vejaciones y opresiones de todo tipo, encarcelamientos injustos, zarpazos sangrantes de paro y de hambre en un mundo que despilfarra en armamentos y cosas inútiles. Nuestro planeta continúa siendo esclavo de muchas estructuras políticas y religiosas que más bien deberían ser recordatorio polvoriento de museos.
Todo el mundo habla de un futuro mejor, de una sociedad más justa; las voces del pueblo claman por el cambio, lo repiten hasta la saciedad, pero los gobernantes, partidos políticos e instituciones están más preocupados por la disciplina de partido, el nuevo dios del Estado, que por los miembros de la ciudadanía y sus libertades; una jerarquía política anquilosada en la obediencia del secretario general vive pendiente de las listas y no se preocupa ni respeta la necesidad ni la libertad de los hijos de la nación ¡Y las ilusiones y el futuro que siempre puede brotar lo están pisoteando!
Para el hombre en paro y sumido en la necesidad, lo importante no son los códigos gubernamentales y sus parámetros, sino el ser concreto, la persona de carne y hueso; el grito silencioso de los comedores sociales y de las familias que no llegan a final de mes sigue resonando en nuestro ciego y sordo mundo, por su trozo de pan caliente y una parte de ese opíparo sueldo que se asignan nuestros políticos en las "autonosuyas", las concejalías y las diputaciones. ¿Se percatarán algún día de que esta injusticia no se puede soportar, de que es imprescindible reformar la ley electoral para evitar la dictadura de las minorías nacionalistas y la partitocracia y de que no se puede esquilmar a España de sus valores tradicionales y de su identidad? Ya suenan las trompetas algo nuevo está surgiendo entre nosotros.

C. Mudarra

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