Contra Rajoy (2º asalto)
José Antonio Zarzalejos -
Permítanme un argumento personal para acreditar un reconocimiento hacia Francisco Álvarez Cascos. Vivo en Madrid y, desde hace muchos años, tengo una pequeña casa en el Oriente asturiano. Gracias a su gestión en el ministerio de Fomento hoy se llega desde la capital de España a ese concejo de Asturias conduciendo un vehículo ininterrumpidamente por autovía. En otras palabras: Cascos, al frente de la vicepresidencia del Gobierno, primero, y de Fomento, después, fue un gestor eficiente que miró por su tierra de manera muy particular. Pero su eficacia se produjo -he aquí el meollo de la cuestión- bajo la autoridad de José María Aznar, única persona a la que Álvarez Cascos ha mostrado un permanente respeto y una constante fidelidad. Más allá de Aznar, el ex secretario general del PP no reconoció autoridad alguna ni sometió a comedimiento su explosivo e insoportable autoritarismo temperamental. Y lo mismo que trabajó por mejorar las infraestructuras asturianas, Cascos fue directamente responsable de la crisis del PP en 1998 provocando una escisión -la encabezada por Sergio Marqués con la Unión Renovadora Asturiana (URAS)- y de los enfrentamientos internos posteriores que han llevado a Gabino de Lorenzo, alcalde de Oviedo y otrora casquista, a considerar al ex secretario general de su organización como “un rompedor de partidos”.
Cómo se fue y cómo quería regresar
Por lo demás, la forma en que en 2004 hizo mutis por el foro fue tan abrupta y arbitraria -sin encomendarse ni a Dios ni al diablo- como intempestiva y caprichosa ha sido la manera en que ha querido regresar seis años después. Para lograrlo, en vez de negociar, pactar y persuadir, ha exigido ser aclamado como líder indiscutible del PP asturiano después de haber trasladado por despecho su filiación al partido desde Gijón al distrito madrileño de Chamberí, no participar en el Congreso ordinario del PP de Asturias de 2008 -que eligió una nueva dirección- y expresar a quien le ha querido oír toda clase de críticas y descalificaciones a la dirección popularactual del Principado, de la que pretendía prescindir exigiendo a Rajoy y a la dirección nacional del partido la convocatoria de un congreso extraordinario. La inviabilidad de sus pretensiones, que hubiesen requerido decisiones arbitristas y anti estatutarias, la ha entendido Cascos como una desafección irreversible, a tal punto de apearse del PP y confrontarse con él en el territorio asturiano.
María Dolores de Cospedal, en tanto que secretaria general de la organización, ha tenido fuertes encontronazos con Cascos, no sólo a cuenta de sus desmedidas pretensiones, sino con relación a otros temas delicados como el del ex tesorero del partido, Luis Bárcenas, muy vinculado al asturiano. De ahí que el desencuentro entre Cascos y la dirección nacional del PP no se reduzca sólo al contencioso de Asturias.
Cascos es un jugador de mus que siempre envida por el órdago a la grande. Es un hombre de todo o nada. Si estas características personales tan inflamables se combinan con los modelos de decisión de Rajoy, era prácticamente imposible evitar este desenlace.
Por más que determinados medios auguren -con una inmediatez demoscópica inverosímil para ser creíble- que un presunto “partido de Cascos” ganaría las elecciones en Asturias, lo cierto es que es más el daño que se ha auto infligido el ex secretario general del PP que el beneficio que podría obtener con una representación parlamentaria en el Principado. Porque, aun obteniendo un buen resultado a costa de que el PP perdiese la oportunidad histórica de regresar al Gobierno de Asturias en unos comicios en los que ya no se presenta el incombustible socialistaÁlvarez Areces, Cascos se ha excluido de un futuro en la organización acorde con su trayectoria y circunstancias actuales. Amonestar a la dirección nacional de los populares por una supuesta falta de modos y maneras en el tratamiento de las pretensiones del ex vicepresidente es tanto como desconocer que Cascos es un jugador de mus que siempre envida por el órdago a la grande.Es un hombre de todo o nada. Si estas características personales tan inflamables -que cursan, además, con una visión autoritaria y hermética del ejercicio del mando- se combinan con los modelos de decisión de Mariano Rajoy, era prácticamente imposible evitar un desenlace como el acontecido.
El arsenal crítico contra Rajoy
Pero Cascos, en su visceralidad, dispone de instinto político. Y sabe que su papel aquí y ahora -a la espera de montar una estrategia electoral en Asturias- es hacer pagar a Rajoy lo que considera una afrenta. De esa manera, en apenas una semana, el ex secretario general del PP se ha convertido en el banderín de enganche del arsenal argumental crítico contra Mariano Rajoy en un nuevo intento de deteriorarle, subsiguiente al que se produjo en 2008 en el Congreso de Valencia. Entonces, Cascos, Aguirre, Mayor y algún otro dirigente (Zaplana y Acebes, se retiraron del escenario, el segundo con un señorío que le ennoblece) no pudieron o no quisieron dar la batalla al sucesor de Aznar y, con una reticencia invencible que llega hasta el día de hoy, asumieron su liderazgo sin dejar de cuestionarlo bisbiseándolo en los pasillos y en los envenenados off the record con los medios que estuvieron en sintonía con el intento de derrocamiento del gallego tras las últimas generales. Ahora -caretas fuera- Cascos cuestiona abiertamente la idoneidad del presidente del PP. Buen conocedor del partido que acaba de abandonar, ha recogido los argumentos de los críticos a Rajoy y los está sembrando cuidadosamente para que crezcan ferazmente.
Primer argumento: el presidente nacional del PP es un holgazán político, de tal manera que “no se gana esperando en un sillón el tsunami de los votos”. Puede que la táctica de Rajoy no entusiasme, pero habrá que esperar a las elecciones. Las encuestas de modo constantes le son favorables. Cuando él era secretario general del PP, su partido necesitó tres intentos para colocar a Aznar en la Moncloa y lo consiguió en 1996 por solo 300.000 votos de diferencia después del despliegue de una oposición hiperactiva contra un González al que le caían chuzos de punta. Habrá que darle al gallego iguales márgenes de confianza que antaño.
Segundo argumento: Rajoy no es como Aznar porque con él “siempre se facilitó el debate en el seno del partido y jamás se toleró una desconsideración con nadie y menos con un militante”. Que se lo pregunten a Alejo Vidal Cuadras, que fue decapitado por Cascos para hacer posible el Pacto del Majéstic con CiU y al que el ex secretario general del PP prohibió volverse a presentar como líder de la formación en Cataluña, o al propio Sergio Marqués, expulsado del partido manu militari. En cuanto a “desconsideraciones” es mejor no hurgar en la hemeroteca. Sus enfrentamientos con los periódicos asturianos -primero con El Comercio de Gijón y ahora con La Nueva España de Oviedo- revelan un peculiarísimo modo de relacionarse con los medios de comunicación.
Tercer argumento: en el PP no hay democracia interna. Puede ser que, efectivamente, no la haya. Pero tampoco la había cuando Cascos era secretario general de la organización o, si la había, era de la misma calidad que la actual, sin olvidar que Rajoy fue designado sucesor, primero por Aznar y, luego, ratificado en 2008 en el Congreso de Valencia y la dirección asturiana del PP, igualmente elegida por los delegados de su congreso ordinario.
Un favor al PSOE
Pese a que los argumentos contra Rajoy sean perfectamente discutibles y a que Cascos resulte el menos indicado para esparcirlos, suenan a música celestial a los dirigentes popularesque hasta el momento no habían podido verbalizar de forma pública y contundente estas críticas de las que participan -en algunos casos, fervorosamente- desde hace ya años. El contratiempo para los dinamiteros de Rajoy es que sus cargas explosivas -lanzadas por un Cascos en clara huida hacia ninguna parte- detonan a destiempo, demasiado tarde, cuando la delantera del PP sobre el PSOE resulta prácticamente irreversible y cuando el propio Rajoy ha constituido discretamente unos cuadros de mando en el partido -tanto en Madrid como en las comunidades autónomas- que se han instalado en la conducción de la organización y a los que el tronante Álvarez Cascos no les impresiona. ¿Llegará la crítica del ex secretario general del PP a permear en el electorado potencial más duro del PP? Es posible pero improbable.
Quienes aprovecharán el aquelarre casquista serán, sin duda alguna, los socialistas, a los que el ex general-secretario ha surtido en abundancia de una mercancía muy efectista y resultona en los mítines y alegatos. Triste rendimiento el que va a ofrecer esta segunda parte -fuera de tiempo ya- de la ofensiva contra Rajoy que, por una parte, confirma que su sistema de toma de decisiones (consistente en demorarlas e, incluso, en no tomarlas) sigue alterando el patio popular, y por otra, que, por fin, el gallego se consagra como más líder al disponer de un enemigo público de cierta talla. Hasta el momento, en su “normalidad”, Rajoy carecía de enemigos declarados (tiene muchos en estado de latencia); ahora, Cascos le da categoría y dimensión convirtiéndole en diana de sus invectivas. Ventajas y desventajas, activo y pasivo, necesidad y virtud de una crisis que no será ni tan apocalíptica como quisieran algunos, ni tan venial como gustaría en la calle Génova, por más que el errado en este asunto parece que es Francisco Álvarez Cascos.