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Felices fiestas, ciudadanos

Autor: Rosa Diéz UPyD

Se que hay mucha gente a la que no les gustan estas fechas por distintos motivos. Unos han perdido seres queridos y en ellas sienten más su ausencia; otros las consideran un signo religioso y hacen ostentación de quepasan; otros creen que no hay por qué celebrar nada cuando alguien lo pone en el calendario… En fin, que hay tantas explicaciones como personas.

Yo estoy entre los otros muchos a los que les encantan las fiestas de Navidad. Recuerdo haber celebrado estas fiestas desde que era niña, en casa de mis padres (cuando vivíamos en una casa compartida con otra familia, habitación con derecho a cocina, se llamaba la figura) hasta el día de hoy. Navidades era para mí la fecha en la que cenábamos todos juntos y algo especial,- según la economía del momento-, pero que era más o menos: aceitunas rellenas, chorizo, huevo cocido con mayonesa, espárragos (según lo que viniera en la cesta de la fábrica que le daban a mi padre) coliflor (que mamá ponía albardada, racimito a racimito, y con besamel por encima); pollo (que veía en la caja de Navidad); glorias(unos dulces de mazapán que no he vuelto a ver); turrón; y torrijas hechas de pan remojado en leche, con un poco de canela y empapadas en mistela.

Los años fueron pasando desde esa cena en la cocina compartida; cambiamos de vivienda; fuimos creciendo los tres hermanos; los padres se fueron haciendo mayores; tuvimos hijos y les hicimos abuelos; y las navidades empezaron a celebrarse en mi casa, en la que, muerto mi padre hace veintisiete años, vivió mi madre hasta que murió hace ocho años. Y en cuanto los niños crecieron un poco empezamos a repartir los regalos el día de nochebuena. Papa Nöel sustituyó a los Reyes Magos y a partir de las doce de la noche, año tras año, los renos se acercaban a casa cargados de regalos para todos.

Ya no hay niños pequeños (aunque pronto los habrá), pero la familia sigue juntándose para cenar. A mis hijos les acompañan ya sus parejas; y cuando mi sobrina Eztizen lo quiera vendrá acompañada también por quien ella haya elegido. Seguimos poniendo un árbol en el salón; y los regalos bajo él. Y a las doce se abren y reparten. La comida ya no es tan especial (casi cualquier día se puede comer lo mismo); pero lo más importante no ha cambiado: contamos historias y anécdotas; bromeamos sobre los últimos acontecimientos; reñimos a mi marido que siempre anda de atrás adelante, entre la cocina y la mesa; los chicos se cuentan las últimas noticias; hablamos de música y de libros; también de política; me felicitan por lo bueno que está el cordero asado…; degustamos dulces, brindamos con champán… Lo más importante, lo que caracteriza las fiestas desde que tengo memoria sigue intacto: nos queremos y nos lo demostramos.

No cantamos villancicos, casi nunca lo hemos hecho. Pero muchas veces hay música de fondo tapada por el ruido que hacemos riéndonos o quitándonos la palabra para hablar. Suenas canciones italianas, Pavarotti, Zuchero, Scorpions, UB4O, Bruce Springsteen, salsa, rock…Lo que sea. Como esto. No es un villancico, pero brindo con ésta canción por todos vosotros.

Que seáis felices. Que os quieran y que queráis. Que encontréis todo aquellos que buscáis. Que cada noche sea noche de boda, que cada luna sea luna de miel.

Zorionak. Felicidades, ciudadanos.

Y gracias a todos por estar ahí.

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