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Los barones destituyen a Zapatero

José Antonio Zarzalejos -

Zapatero conversa con el presidente del PSOE, Manuel Chaves, durante la reunión (EFE).

Rodríguez Zapatero está protagonizando un final de época verdaderamente sobrecogedor. Arrollado por los acontecimientos -por imprevisión incompetente-, los sucesivos hitos de su convulsa trayectoria le estallan cuando los trata de manipular. Le ocurrió con el Estatuto de Cataluña, le ocurrió con la recesión económica, le ocurrió cuando en abril pasado hubo de adelantar, por presión de los barones del PSOE, la comunicación pública de su renuncia a continuar en la puja por la presidencia del Gobierno, le ocurrió el domingo pasado con una debacle histórica de su partido en las elecciones municipales y autonómicas y le acaba de ocurrir cuando, después de sacrificar -como se veía venir- a Carme Chacón, la presunta salvadora de la generación zapaterista, ha tenido que entregar el poder a Alfredo Pérez Rubalcaba.

En un ejercicio de humillación más extravagante que patético, Zapatero propone a su vicepresidente como candidato a la presidencia del Gobierno aparentando que lo hace en un proceso de primarias que no será tal sino una mera formalidad huera para proclamar por adhesión a la búlgara al ministro de Interior como nuevo líder del PSOE. Pérez Rubalcaba no se enfrentará con ningún otro militante y, transcurrido el plazo estatutario, accederá a la condición de candidato socialista a las generales. Si Zapatero no se hubiese avenido a esta condición inicial de su vicepresidente primero -secundado por la mayoría de los secretarios generales territoriales que ayer se reunieron en la Moncloa-, Rubalcaba habría tomado una de estas dos decisiones: o bien dimitir del cargo que ahora ostenta y retirarse de la política, o bien forzar la máquina e impulsar la convocatoria de un Congreso extraordinario que hubiese implicado la dimisión del presidente y la inmediata convocatoria de elecciones generales.

Como les relaté en la crónica del pasado 9 de abril (“Rubalcaba, según y cómo), el vicepresidente, con treinta años de gestión política a sus espaldas, había avisado de que sólo asumiría la responsabilidad de presentarse a las elecciones generales si concurrían dos condiciones: la primera, que no se le sometiese a una confrontación con ningún otro militante; y la segunda, que ostentase el control orgánico del partido, es decir, la secretaria general cuando se produzca el evento electoral.

Rubalcaba habría tomado una de estas dos decisiones: o dimitir del cargo que ahora ostenta, o forzar la máquina e impulsar la convocatoria de un Congreso extraordinario que hubiese implicado la dimisión del presidente y la inmediata convocatoria de elecciones generales

Zapatero ha creído, en una nueva demostración de sus carencias políticas, estratégicas y hasta éticas, que podía tratar a Rubalcaba con su habitual procedimiento de trilero. Ni siquiera la bancarrota electoral del 22-M le alertó de la necesidad de alterar la pomposamente llamada “hoja de ruta”. De Felipe González hasta el más modesto dirigente socialista sabía a las 24 horas del pasado domingo que el PSOE no podía adentrarse en un proceso de primarias. Y hasta el menos ducho en estos menesteres conocía que los resultados del 22-M arruinaban la posibilidad de que Zapatero dispusiese del más mínimo margen de maniobra.

Con la fórmula acordada en la reunión de ayer, y que será sancionada esta misma mañana en el Comité Federal, Rubalcaba impone la primera condición y aplaza la segunda -la secretaria general- a un momento posterior pero en todo caso anterior a las elecciones: el vicepresidente del Gobierno no comparecerá ante los electores bajo el liderazgo orgánico de Zapatero, esto es, en una fórmula de bicefalia.

Si él asume los riesgos, quiere todos los poderes para sortearlos en la medida de lo posible. De tal forma que ayer, los barones, en una reunión de perdedores que trasladaron toda la responsabilidad del fracaso a Zapatero, decretaron su cese que se hará efectivo en el momento que resulte más oportuno en función de distintas variables. Si en abril le impusieron el anuncio de su caída del cartel electoral -y de poco les sirvió a la vista de los resultados del 22-M-, ayer le apearon materialmente de la secretaría general aunque formalmente permanezca de forma precaria ocupando el puesto.

La torpeza de Zapatero -que ha degollado a Carme Chacón demostrando una mezquindad ética ya anteriormente intuida- no ha tenido límites en el manejo de la crisis de su partido, en línea con la ristra de errores de bulto que ha venido cometiendo en estos últimos años. El presidente es uno de los peores lastres del PSOE y Rubalcaba lo sabe. Por eso, el vicepresidente llegará a los comicios no sin antes haber despachado a José Luis por correo certificado hasta sus tierras leonesas en las que ni siquiera el candidato socialista a la alcaldía de su ciudad pudo sustraerse al tsunami popular del pasado domingo.

Un problema para el Partido Popular

Pérez Rubalcaba accede a la condición de candidato por el procedimiento del “dedazo”. Con una agravante: pretende que esta designación digital del presidente -impuesta por los barones del PSOE- aparezca como resultado de unas primarias por completo imaginarias después de que el jueves Carme Chacón diese “un paso atrás para que el partido de un paso adelante”. O sea, que, en lo sucesivo, el acceso a la condición de candidato de Rubalcaba no diferirá en lo sustancial a la de Rajoy, tan acerbamente criticada por los socialistas.

Dicho todo lo cual, despachado Zapatero por su propio partido, sin mostrar el Presidente una mínima dignidad, el Partido Popular debe atarse los machos porque con Pérez Rubalcaba hay partido en los comicios generales que vienen. El vicepresidente no se ha metido en este fregado para absorber resignadamente una derrota. El objetivo del cántabro -también lo conté en estas páginas el 23 de abril pasado (“Un tripartito para España”)- consiste en que los populares no logren mayoría absoluta, los socialistas se entonen y, a partir de ambos presupuestos, intentar un Gobierno tripartito con el PNV y CiU en forma de coalición gubernamental o de pacto de legislatura.

Tiene capacidad de trueque: a los vascos, devolverles Ajuria Enea (López tendría con Rubalcaba responsabilidades en el Ejecutivo), y a los catalanes, diseñarles un Pacto Fiscal a su satisfacción. Este es el escenario en el que sólo falta conocer la fecha en la que el PSOE hace efectivo el cese de Zapatero en la secretaría general que ayer, diferidamente y como período de gracia, acordaron en la Moncloa. Supongo que pocos tendrán duda de que la Conferencia Política que celebrará el PSOE es un recurso de distracción sin ulteriores consecuencias, sólo para satisfacer el llamado a la “reflexión”. O sea, humo.

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