“¿Qué te pasa, Zapatero?”
José Antonio Zarzalejos
En el poder y en la enfermedad es el título de un ensayo sumamente interesante editado por Siruela en 2010. Su autor es el ex ministro laborista de Sanidad y de Asuntos Exteriores británico David Owen, cuya autoridad en el contenido de su libro viene avalada por su condición de médico neurólogo. La obra es larga y prolija (514 páginas) pero de enorme interés, porque analiza las enfermedades y desequilibrios de muy ilustres políticos -de Lincoln a De Gaullepasando por Churchill, Roosevelt, Nixon, Yeltsin y otros- en los que acredita padecimientos psíquicos y físicos en muchos casos desconocidos y en otros sólo sospechados. Por supuesto, algunas de esas enfermedades fueron dolosamente ocultadas como ocurriera muy singularmente con las varias que atenazaban a John F. Kennedy, relatadas también por Jed Mercurio -médico, militar y escritor- en obra recentísima titulada El adúltero americano, libro igualmente recomendable que en España editó Anagrama el pasado mes de septiembre.
A David Owen se debe la descripción de un desequilibrio emocional que padecen algunos políticos -el ejemplo más acabado habría sido el de la pareja formada por Blair y Bush a propósito de la guerra de Irak- que el autor denomina síndrome de hybrisy: consistiría en aquel que afecta a políticos que se emborrachan de poder, incurren en el iluminismo caudillista, son adulados por su entorno -no consentirían ser contradichos- y se perciben a sí mismos como imprescindibles para evitar una debacle de la nación o del pueblo que dirigen. Los afectados por esta enfermedad del poder creen acertar en todas sus decisiones y disponer de conocimientos ilimitados, lo que les hace levitar, separarse emocionalmente de la realidad en la que viven y anular a cuantos le rodean. En España, hemos nacionalizado la enfermedad de hybris -palabra griega que definía al héroe glorioso y ebrio de poder- por el más accesible de síndrome de la Moncloa.
Cuando se trata de componer un diagnóstico de lo que sucede a José Luis Rodríguez Zapatero solo mediante la evaluación de síntomas externos hay que aproximarse mucho al concepto acuñado por Owen. Es muy probable que la sonrisa permanente del jefe del Gobierno, la facundia con la que se contradice al acometer reformas que le desmienten ideológicamente, la impostada seguridad con la que se pronuncia y, sobre todo, la arbitrariedad y desorden con los que gobierna, sean todos síntomas de una euforia patológica. El jueves, varios medios titulaban con la pregunta que le espetó Cayo Lara al presidente en la entrevista que mantuvieron el día anterior en la Moncloa: ¿Qué te pasa, Zapatero? Y es que la izquierda es ya incapaz de metabolizar la transformación del secretario general del PSOE.
La imprevisibilidad en la gestión política y la superficialidad intelectual y volitiva en el acometimiento de los asuntos públicos son, con la mentira y la simulación, los síntomas más elocuentes de los procesos de descomposición ideológica y ética
La imprudencia despótica con la que, por ejemplo, acordó el pasado lunes la autorización a la Generalitat de Cataluña para refinanciar su deuda, sin cálculo de las reacciones que se iban a producir en otra comunidades, suele ser propio de una inconsciente prepotencia. La facilidad con la que ha mutado de criterio respecto de las propuestas contenidas en el Plan de Competitividad del eje franco-alemán le proyectan como a un político que no se atiene a criterios coherentes en asuntos de máxima sensibilidad, en este caso afectando a los sindicatos con los que acaba de firmar un pacto (ASE). El estrés sostenido de reformas anunciadas y no definidas, como la de las Cajas de Ahorro, mina la moral colectiva sin ello parezca afectarle.
Pero todavía se dan algunos síntomas más peligrosos: el juego que se trae el presidente del Gobierno sobre si continuará o no al frente del PSOE y sobre si repetirá candidatura o renunciará a pujar por la jefatura del Ejecutivo, exhala un punto de crueldad, de divertimento perverso en la observación de cómo sus conmilitones especulan, porfían, compiten, temen o se alegran de que se vaya o de que permanezca. Seguro de estar gobernando para la historia y no para la sociedad española al futuro se remite el presidente en la mejor imitación de los caudillos, muy propicios también a crear enredos y a aplicar el principio de dividir para vencer. Hoy por hoy, en el PSOE nadie se fía de nadie; todos están contra todos y hasta su más próximo colaborador -el spin doctor de la Moncloa, Alfredo Pérez Rubalcaba- aparece desorientado y desubicado en el desarrollo de sus exorbitantes funciones.
Muchos dirigentes socialistas -en la Ejecutiva, al frente de Comunidades Autónomas, en el propio Gobierno- ofrecerían mayor certidumbre y rigor que Rodríguez Zapatero. Su gestión política produce auténtico vértigo si es observada con una cierta atención y competencia. Las cunetas de su trayecto en el poder están sembradas de cadáveres políticos, de ministros desautorizados y humillados, de intelectuales expulsados de su entorno alarmados ante el desbarre de un hombre que gesticula aparentando una falsa humildad y que exhibe el más taimado -por hostil- talante personal y político. El síndrome de hybristiene en Rodríguez Zapatero un paciente de libro. Así que resulta normal que Mariano Rajoy -que carece de cualquier sintomatología de morbilidad psicológica o física- sea percibido como un tipo extraño, funcionarial, falto de resolución y apagado. No siempre es posible competir con los políticos ebrios de poder, persuadidos de su infalibilidad, encomendados a la historia como juzgadora de sus actos, despreciativos de cuanto les rodea, resentidos con los que no le adulan y displicente con quienes lo hacen día sí, día también. Eso es, Cayo Lara, lo que le ocurre al inquilino de la Moncloa.
Estamos llegando al fin de su ciclo: nuestro presidente -nuestro es a fin de cuentas por decisión democrática- ofrece un perfil inquietante que encaja en la descripción del desequilibrio descrito por David Owen en su En el poder y la enfermedad. La imprevisibilidad en la gestión política y la superficialidad intelectual y volitiva en el acometimiento de los asuntos públicos -ambas características de los comportamientos de Rodríguez Zapatero- son, con la mentira y la simulación, los síntomas más elocuentes de los procesos de descomposición ideológica y ética. Esto sucede con el jefe del Ejecutivo español: en el alejamiento de la realidad se ha creado una virtualidad. En ella le está siendo perfectamente posible convertirse en el izquierdista más reaccionario y en elbuenista más perverso.
Iñaki Gabilondo, en un gesto de crítica independiente que le honra, declaró el pasado domingo en una entrevista en la Sexta que Zapatero era un hombre que minusvaloraba las dificultades y sobrevaloraba sus capacidades. Por eso, ya la ansiedad se generaliza en la tensa espera para depositar el voto en la urna. Aunque un tipo como Rodríguez Zapatero nos hará apurar el cáliz hasta las heces. Estirará su satrapía. Es la enfermedad del poder; es el síndrome de hybris.