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Lo que nos faltaba

En esta España de Zapatero y sus enanitos, lo normal se convierte en extraordinario, y lo extraordinario, en normal

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

QUE los controladores son los culpables no sólo lo sabemos. Lo sabíamos. Entonces, ¿por qué no se evitó el caos que desencadenaron? Dicho de otra forma: ¿sorprendió al Gobierno o lo esperaba? Lo primero indicaría incapacidad. Lo segundo, perfidia.
El contencioso con los controladores viene cociéndose de antiguo y ya el verano pasado estuvo a punto de convertirse en batalla abierta. En tales condiciones, elegir la víspera del puente más largo del año para el duelo con ellos era, cuanto menos, temeridad. ¿Nadie en el Gobierno cayó en ello? ¿O se eligió precisamente para dar una muestra de autoridad ante un colectivo que goza de nulas simpatías entre la ciudadanía por su prepotencia y sus sueldos astronómicos? No lo sé, pero es legítimo preguntarlo, ante la magnitud de las consecuencias, que no se limitan a los daños físicos y económicos causados a centenares de miles de personas, sino que alcanza al prestigio de España, tan deteriorado últimamente.
¿Que, dada la situación, no había otro remedio? Es muy posible, pero entonces, ¿por qué se llegó a esa situación? El Gobierno no tenía un plan B, como en tantas ocasiones de emergencia anteriores, y si el que tenía fue el que puso en práctica, es como para echarse a temblar. Pues decretar el estado de alarma no es bueno, ya que crea más alarma, y ya hay bastante alarma en España y sobre España como para aumentarla.
Gobernar en democracia no consiste en resolver los problemas manu militari, sino, primero, evitar que surjan y, de surgir, encontrar la manera de encauzarlos con el mejor daño posible. Y aquí, los daños han sido inmensos. Esto, que aparece en la primera lección de todo manual de buen gobierno, no parece saberlo ese nuevo primer ministro que tenemos, por no hablar ya del presidente, que, fiel a su táctica de dejar a otros que se rompan la cara por él, desapareció de escena en los momentos más críticos de esta nueva crisis. Mientras Rubalcaba, hinchando pecho por haber conseguido doblegar a los controladores, nos anunciaba: «No habrá caos en Navidad». ¡Pues vaya proeza! Eso no es nada extraordinario. Es lo que se supone ocurra, lo normal, aunque en esta España de Zapatero y sus enanitos, lo normal se convierte en extraordinario, y lo extraordinario, en normal. Así nos va.
Como tampoco es ninguna proeza resolver el conflicto con un colectivo de poco más de dos mil personas echando mano del Ejército. El Ejército no está para sacar las castañas del fuego a un gobierno que no supo prever las consecuencias de sus decisiones, y que si las preveía, es tan culpable como los perpetradores. Y menos, todavía, el Ejercito está para devolver el prestigio a unos políticos que lo han perdido. ¡Ellos, los antimilitaristas! Lo que nos faltaba.

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