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En medio de una crisis que mina nuestra economía como un cáncer persistente, acabamos de perder una semana entera gracias a un puente festivo más grande que el acueducto de Segovia.

"Ustedes viven mejor que nadie –me reconoce un amigo extranjero que ignora la fábula deSamaniego sobre la cigarra y la hormiga–, pero también van a pagar más caro que los demás tanta insensata alegría".

Nadie diría, viendo el tráfago automovilístico de estos días, que tenemos menos dinero que antes, que uno de cada cinco ciudadanos está sin empleo, que se acaba la subvención a los parados de larga duración, que nuestras pensiones corren peligro y que la productividad y la competitividad de la economía española van en descenso.

"¿Cómo que hay menos productividad –se me queja otro amigo–, si yo meto en la oficina más horas que antes?"

Ése es, también, uno de los males de nuestra sociedad: nos acostamos más tarde y más juergueados que en otros países, nos levantamos a la misma hora y después permanecemos más horas en la empresa, siendo menos productivos porque estamos más cansados que nuestros homólogos de fuera.

Contra todo esto luchan sin denuedo y sin demasiado éxito Ignacio Buqueras y su Comisión para Racionalizar los Horarios y conseguir así que seamos más eficaces dedicando, también, más horas a la familia.

Lo primero a eliminar deberían ser estos puentes absurdos que ponen patas arriba el calendario laboral y que en el fondo nos cuestan un riñón. Pero, como siempre, sólo nos daremos cuenta de ello cuando nos convirtamos en pobres de solemnidad. Y lamentablemente llevamos camino de ello.

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