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Gregorio Morán (Oviedo, 1947) nada siempre contra corriente. Hoy es un lugar común referirse de forma crítica a la Transición, pero el escritor y columnista fue un pionero. Publicó en 1991 ‘El precio de la Transición’, que resucita ahora el sello Akal en una edición revisada sobre los siete años que median entre la muerte de Franco y la victoria del PSOE en el 82. Mantiene su tesis esencial: «La Transición fue una chapuza. Se improvisó mucho y, por azar, salió más o menos bien».



Entrevista a Gregorio Morán: «La independencia de Cataluña sería la la amnistía para sus políticos corruptos»

Gregorio Morán (Oviedo, 1947) nada siempre contra corriente. Hoy es un lugar común referirse de forma crítica a la Transición, pero el escritor y columnista fue un pionero. Publicó en 1991 ‘El precio de la Transición’, que resucita ahora el sello Akal en una edición revisada sobre los siete años que median entre la muerte de Franco y la victoria del PSOE en el 82. Mantiene su tesis esencial: «La Transición fue una chapuza. Se improvisó mucho y, por azar, salió más o menos bien».
-Cuando lo publicó hace 24 años pidieron su cabeza.
-La reacción fue brutal. Quisieron echarme del país. La editorial se acoquinó y no hubo presentación. Ahora resulta que el tema de la Transición huele como culpable de todo. Tanto que pensé que debería titularlo ‘Leyenda y precio de la Transición’. Salió bien para unos y no tan bien para otros. Nadie sabía dónde íbamos a llegar ni cómo. Lo fundamental era salir de la dictadura y llegar a la democracia, pero se obviaron elementos como la corrupción.
-¿La corrupción política empieza con la Transición?
-Es un efecto. Se ‘olvidó’ que los partidos necesitaban dinero para vivir. Eran muy gastones y con fuentes de ingresos reducidas. A partir de ese desfase empezaron las comisiones, los Filesa, Malesa y demás. No podían sufragar sus gastos legalmente. El tejido de intereses de los partidos se amplió infinitamente, y un tipo que roba para el partido acaba robando para sí mismo.
-¿Es ese el cambio sustancial en relación la época actual?
-Sí, con matices. Había parcelas de la vida política en las que cada uno robaba para sí. No era lo mismo ser de la gobernante UCD que del PSOE. Pero aquello era ‘peccata minuta’. Se armó la de Dios por un puñado de corderos que el cuñado de Suárez vendió a Egipto. Una broma al lado de los Bárcenas y los casos Palau y Pujol.
-El Rey era entonces intocable.
-Hacer cualquier referencia al Rey y a su entono en el 91 era pecado de lesa majestad. Nunca mejor dicho. Si la imagen de la Transición se ha deteriorado, la del monarca de entonces no digamos. Considerado por muchos como gran motor de la Transición, ha resultado ser un modesto fuera borda que se gripó, y más vale no insistir. A quienes estábamos un poco en el secreto, nos conmovía el candor y la ingenuidad de la gente rendida a una figura entonces legendaria. Es uno de los tabúes que, felizmente, se ha desmoronado.
-¿Que otros tabúes cayeron?
-Que todo el mundo era bueno y todo se hacía por patriotismo. Que Suárez era un estadista y Felipe González un socialdemócrata fetén. Que Carillo era un patriota y Fraga se había convertido en demócrata por revelación. Que todo y todos eran buenos. La Transición se hizo con muy pocas manos y ellos mismos se festejaban como los padres de la Constitución. Ahora todos meten cuchara diciendo que, aunque quizá no salió bien, les movía la buena voluntad.
-¿Hubo confluencia de egoísmos?
-Hubo confluencia de mentiras, para ser más exactos. Cada cual traicionaba su pasado. Y si haces eso, en el fondo traicionas todo e importan un comino un montón de cosas. El paradigma es Suárez. Primero es genial y luego crucificado y sacrificado por los suyos. Le canonizan al final los mismos que lo derriban. Suben al santo y lo bajan de la peana, hasta que muere y lo dejan en paz. Esos procesos de beatificación revelan un escaso interés en que la ciudadanía entendiera algo. Cuando menos entendiera, mejor.
-El culebrón secesionista catalán ¿dónde nos llevará?
-No tengo bola de cristal. Aquí hay un derroche de estupidez de tal envergadura que es difícil calibrarlo en términos económicos. La clase política que generó la Transición en Cataluña, con victoria inicial de la izquierda, se ha ido desplazando para incorporarse rotundamente con el ‘establishment’ más corrupto, con el pujolismo y el pospujolismo. No olvidemos que Pujol y familia gobernaron Cataluña durante 23 años. Eso se suma a la crisis que castiga de forma brutal a la sociedad catalana, sin que se considere efecto de su clase política y ni de su clase empresarial. Casi la mitad de la sociedad lo achaca al ‘Madrid nos roba’. Y los que robaban eran ellos.
-¿Cómo se explica el giro independentista de Convergencia?
-La independencia es la amnistía para gran parte de la clase política corrupta. Hay que tenerlo muy claro. Por más moderado que yo sea, si tengo quince millones colocados fuera y me van a meter un puro de película, me vuelvo independentista. Es la única manera que tengo de eludir y controlar al fisco. Y esto, que no se tiene en cuenta, explica que Mas pueda coincidir con la CUP.
-¿Habrá saneamiento tras tanto escándalos?
-Es inevitable. Pero sanear con crisis es muy difícil. No somos conscientes de la envergadura de la crisis en sectores que no aparecen en los medios. Se habla del deterioro y eliminación de las clases medias, pero ¿qué queda de las populares? Que están en la miseria absoluta.
-¿Vivimos la segunda Transición?
-No. Aquello fue pasar del dictadura a la democracia. ¿La segunda es que liquidados PSOE y PP, gobiernen Ciudadanos y Podemos? Eso, que es una ruptura, es además imposible. El ‘viejo régimen’ salido de la Transición está muy tocado, moribundo y muy corrupto. Pero si alguien soñó que PP y PSOE desaparecerían por ensalmo y que los nuevos partidos sería gobierno absoluto, se equivoca. Es como eso de que los medios digitales van a liquidar el papel. Puede, pero nosotros no lo veremos.



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