Orense,
9 de octubre de 2011, el entonces candidato socialista a la Moncloa,
Alfredo Pérez Rubalcaba, se dirige a un matrimonio de un pueblecito de
Lugo, Jesús y Erundina, y les dice: “Tenéis un hijo honesto que lo único que hace es trabajar por España y por Galicia las 24 horas del día”. El
líder del PSOE reaccionaba así ante las primeras revelaciones sobre la
implicación en el caso Campeón de Pepiño Blanco, natural de Ferreira
(Palas de Rei), hijo de Jesús y Erundina, y a la sazón ministro de
Fomento de Zapatero. Con su voluntarioso panegírico a aquel hijo de la
Galicia profunda, Rubalcaba pretendía pinchar el globo de las
acusaciones de cobro de comisiones del caso Campeón que oscurecían el
horizonte de Blanco, argumentando que todo pasaría después de los
comicios generales y le restaba importancia: “Es un caso electoral”.
Tráfico de influencias
Año
y cuatro meses después, el hijo de Jesús y Erundina, el elogiado
estajanovista por España y Galicia, está a punto de sentarse en el
banquillo, acusado de un posible delito de tráfico de influencias, por
mediar, siendo ministro, ante diferentes autoridades a favor de su amigo
José Antonio Orozco con el fin de instalar una nave en Sant Boi
(Barcelona).
Lo
tiene crudo. En primer lugar, porque la Fiscalía considera indicios
suficientes para iniciar el proceso y pedir el suplicatorio las pruebas
aportadas por la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la
Policía. Se trata de la grabación de unas conversaciones entre Blanco y
Orozco en las que el primero queda en evidencia con frases como esta: “En
15 días lo de Cataluña está resuelto”. O con diálogos como este: “¿Es
nuestro?”, –pregunta Blanco por el regidor Jaume Bosch–. “Sí, es
vuestro, del PSC”, –responde Orozco–, a lo que el ministro repone: “Te
hago la gestión”.
Y
en segundo lugar, porque el tráfico de influencias no es la única
acusación relacionada con el caso Campeón que pesa sobre Blanco. El
empresario gallego Jorge Dorribo declaró ante la juez que le había
pagado 400.000 euros (200.000 de ellos en metálico; el resto, en
facturas infladas) a cambio de que el ministro hiciera gestiones a su
favor. Propietario de Laboratorios Nupel, Dorribo es el cabecilla de una
trama para obtener subvenciones de forma fraudulenta. Pagó por las
ayudas y gestiones realizadas por varios políticos, a la cabeza de los
cuales estaba Blanco.
El
encuentro de este, su primo Manuel Bran y Dorribo en la famosa
gasolinera de Guitiriz fue el principio del fin de la carrera del
entonces ministro de Zapatero. Año y cuatro meses más tarde, y ante las
grabaciones que le dejan en evidencia, el mismo Rubalcaba que ponía por él la mano en el fuego guarda un gallego silencio.
Por
si fuera poco, el antiguo número dos del PSOE aparece en los correos
que Diego Torres entregó al juez del caso Nóos: según ellos, medió con
el líder del PSOE valenciano, Joan Ignasi Pla, para desactivar preguntas
parlamentarias que el principal grupo de la oposición iba a hacer en
torno a los convenios del Valencia Summit.
in vitro
No
sabemos lo que dirá finalmente la Justicia, lo que sí sabemos es lo que
dice la hemeroteca: de la trayectoria de Blanco cabe concluir que es el
paradigma del político fecundado in vitro en la burbuja de un partido,
donde ha hecho toda su carrera, sin apenas contacto con el mundo real.
Nacido
en 1962, lo tuvo claro desde que a los 15 años comenzó a militar en el
PSP de Tierno Galván, que un año después se fusionaba con el PSOE. Le metió el gusanillo su profesor de Filosofía, José López Orozco, luego
alcalde socialista de Lugo e imputado en el caso Campeón. Blanquito,
que es como llamaban a aquel chaval esmirriado, cambió los estudios en
el instituto Juan Montes de Lugo por la pegada de carteles. Abducido por
el Partido, nunca más regresaría al mundo real.
Aunque
se matriculó en Derecho en Santiago, su carrera universitaria fue un
cursus-interruptus, incluido su paso por la UNED. También se libró de la
mili, evitando otro contacto con el mundo real. Lo suyo era el Partido.
No le faltaba capacidad de convocatoria y habilidad para brujulear. Y
sobre todo ambición.
No
logró la alcaldía de Lugo, inexpugnable bastión del PP, pero dos
peldaños y un encuentro marcaron su asalto al poder. Los peldaños
fueron, primero, la dirección de las Juventudes Socialistas de Galicia
y, después, el acta de senador, que obtuvo en 1989, con 27 años. El encuentro fue el que tuvo en 2000, con
un desconocido diputado de León llamado José Luis Rodríguez Zapatero.
Se lo presentó el juez Ventura Pérez Mariño, que había sido
parlamentario del PSOE por Lugo.
Eran
almas gemelas: los dos habían echado los dientes en el Partido y no
querían ni siquiera imaginar tener que ganarse la vida fuera de la
política. Blanco tuvo la visión de integrarse en la Nueva Vía del PSOE
apostando por ZP, cuando todos daban por hecho que el líder que saldría
del Congreso Federal sería José Bono.
El
resto es historia. Blanco se convirtió en el segundo hombre más
influyente de Zapatero –después de Philip Petit– y en un modernizador de
la imagen del PSOE. En el reparto de papeles que hicieron, el leonés le
dijo: “Tú en el Partido, yo en el Gobierno”. Secretario de Organización desde 2000,
Blanco fue el gran timonel de las campañas electorales, renovó la
imagen corporativa de Ferraz y se convirtió en el señor de las listas.
Más poder, más partido. Y, por lo tanto, más tentaciones de aprovecharse
de ese poder.
El fiasco de Iberia
Las
sombras de controversia, si no de sospecha, comienzan a acumularse
sobre Blanco. Desde el enclave lujoso en las Rías Bajas, complejo de
vacaciones denunciado por la Fiscalía de Pontevedra por presunta
ilegalidad. Con el agravante de que la construcción del edificio no
respetaba el límite legal de 100 metros que establece la ley de costas
al estar a 20 metros de la orilla del mar. Hasta el inmueble que
adquirió en Las Rozas, en el que –según un informe aportado por la UDEF
al Supremo– existe “un desfase de al menos 230.000 euros abonados por los compradores con fondos de origen desconocido”. Es decir, Blanco pagó esa cantidad por encima de lo escriturado con dinero cuya procedencia se ignora.
Tampoco
su gestión, ya en el Gobierno de Zapatero, fue el colmo de la eficacia.
Cuando tomó posesión de la cartera de Fomento invocó a Indalecio
Prieto, su antecesor de los años 30, buscando un referente ético (se ve
que Blanco no estaba en clase el día que dieron la Revolución de
Asturias). Pero el balance de Fomento, en plena orgía de la burbuja
ladrillesca, dejó negros agujeros. Posteriormente se ha sabido que esa
cartera, primero en manos de Magdalena Álvarez y luego en las suyas, ocultó al Tribunal de Cuentas 254 expedientes de adjudicaciones por valor de 2.334 millones. También
se ha descubierto que Fomento pagó casi el doble de su valor por un
edificio de oficinas en Oviedo. O que se gastó 18,5 millones de euros en
adquirir cuatro trenes inservibles. Y, además, que contrató un retrato de Álvarez-Cascos por valor de 190.000 euros. Y hablamos de 2010, ya en plena crisis.
Otra
bomba de relojería que ha terminado estallando en forma de recorte y
conflictividad laboral ha sido el descuartizamiento de Iberia. Es ahora
cuando el draconiano plan de ajuste va a provocar una huelga salvaje en
Semana Santa, pero el origen del problema, al margen de la crisis, es la
bajada de pantalones del Gobierno español ante la voracidad de British
Airways hace dos años. La fusión se consumó en 2010, con Zapatero en Moncloa y Blanco en Fomento.
El
orgullo de Lugo, el socialista irónico de piquito de oro, el
apparatchick intrigante, nos ha salido caro a los españoles y, al final,
ha resultado un lastre para el Partido. Sobre todo porque la sombra de
la corrupción pesa sobre él. Blanco ha apelado al Supremo para que
archive la causa del caso Campeón y ha pedido que se excluyan del sumario las declaraciones de Dorribo contra su persona. Pero ahora tiene abierto otro frente, por posible delito de tráfico de influencias. Saltará de la urna al banquillo.
En
la época de UCD, los ministros no sólo habían hecho carreras superiores
(Derecho, Económicas e Ingenierías fundamentalmente), sino que la gran
mayoría ya tenían sus trabajos (despachos profesionales, cátedras
universitarias, altos cargos en empresas) y no precisaban de la política
para vivir.
Así
Abril Martorell, primer vicepresidente, era doctor en Agrónomos y
Económicas; Pérez-Llorca era letrado de las Cortes y diplomático;
Enrique Fuentes Quintana (que hizo Derecho y Económicas) fue catedrático
de Hacienda Pública y Economía Aplicada; Joaquín Garrigues Walker era
abogado, empresario y financiero; Ricardo de la Cierva, doctor en
Químicas y catedrático de Historia Moderna y Contemporánea; y Leopoldo
Calvo Sotelo, doctor ingeniero de Caminos y directivo de importantes
empresas.
Aunque de menos relumbrón, los primeros Gobiernos socialistas contaban en sus filas con ministros que también tenían la vida resuelta fuera del Partido: Javier
Solana era catedrático de Física; Francisco Fernández Ordóñez, fiscal e
inspector de Hacienda; Fernando Morán era diplomático y tenía las
carreras de Derecho y Económicas; José María Maravall era doctor en
Derecho y en Sociología por Oxford; y Ernest Lluch, doctor en Económicas
por la Sorbona.
Pero
no menos notables currículos tenían buena parte de los diputados de los
grandes partidos en los primeros tiempos de la democracia. El cuadro
cambió radicalmente a finales de los años 80, cuando las listas de las
formaciones se fueron llenando de figuras de perfil más mediocre o, peor
aún, de una nueva especie de políticos que no tenían oficio ni
beneficio fuera de los partidos. Fundamentalmente en el PSOE, pero poco a poco la tendencia fue imponiéndose también en las filas populares.Personas
sin apenas cualificación profesional, muchos de ellos sin un título
universitario o una oposición que avalara su mérito o capacitación.
Pepiño
Blanco es un caso de libro de esta nueva casta de ‘apparatchiks’ que
han escalado puestos en el mundo cerrado de una formación y que tendrían
dificultades para volver al mundo real, salvo que lo hagan con alguna
sinecura. Como Leire Pajín o Bibiana Aído, dos de las estrellas
ideológicas del zapaterismo. La primera hizo Sociología, pero si ha
llegado a algo en política, es porque es hija de la política. O más exactamente, hija del Partido. Los
padres de Pajín eran el militante del PSOE de Benidorm José María
Pajín, asesor en la Subdelegación del Gobierno en Alicante, y Maite
Iraola, ex militante de este partido y concejal en el Ayuntamiento. Y la
hija echó los dientes en las Juventudes Socialistas.
Cuando
dejó el Gobierno de Zapatero, la que fue ministra de Sanidad, Pajín
acumuló, no una, sino tres vías de ingresos: ex ministra, senadora y
secretaria de Organización del PSOE.
En su retiro posterior se buscó otra bicoca: asesora en la Organización Panamericana de la Salud, en la que gana 150.000 euros anuales.
Por
encima está otra socialista de toda la vida: Bibiana Aído, con 175.000
euros anuales, fichada por Naciones Unidas, donde trabaja como asesora
de la ex presidenta chilena, Michelle Bachelet, en la Agencia para la
Igualdad de Género. La que fuera ministra de Igualdad del zapaterismo tampoco tenía vida autónoma al margen de la política. Licenciada
en Administración de Empresas, fue directora de la Agencia para el
Desarrollo de Flamenco. Poco más. Pero la clave fue que ingresó a los 16
años en las Juventudes Socialistas.