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Luchar contra el estrés en verano

Alejandro Feijóo Ante el aumento de los casos de estrés infantil, las vacaciones estivales se presentan como una buena oportunidad de aligerar la agenda diaria.
Si nos ceñimos a la definición del Diccionario de la lengua española, “estrés” es un término médico que habla de una “tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”. La lectura tradicional sobre este fenómeno remitía casi necesariamente a una persona adulta sobrepasada por responsabilidades o problemas cuyo organismo acababa resintiéndose ante el peso de dichas “situaciones agobiantes”.

Sin embargo, recorrida ya una parte del siglo XXI y habiendo comprobado aquello de que la vida moderna suele constituir un cúmulo de situaciones más o menos exigentes, el estrés ha dejado de ser una experiencia privativa de los adultos y se ha trasladado al mundo infantil. Y lo ha hecho con tal fuerza que son muchas ya las corrientes médicas, psicológicas y pedagógicas volcadas en el análisis de un cuadro clínico cuyas causas y consecuencias conviene conocer.

Un verano ocupado

El final del curso escolar constituye un momento más que idóneo para identificar situaciones de estrés infantil. Acabada la cada vez más importante carga de deberes, actividades extraescolares y compromisos sociales, las vacaciones se presentan como un espacio en el que habría de primar el ocio y el descanso para los más pequeños de la casa.

Sin embargo, ello no siempre ocurre así, y no son los pocos los padres y las madres que han preparado ya un intenso programa estival de nuevas actividades para sus hijos, que puede abarcar desde actividades deportivas y marcadamente estivales como de refuerzo de algunas asignaturas.

El trabajo de los progenitores suele marcar la necesidad o no de esta agenda, y muy a menudo es muy estrecho (o prácticamente inexistente) el margen de algunas familias a la hora de conciliar la vida familiar con la vida laboral. Pero en caso de existir un margen de maniobra conviene no perderlo de vista si queremos evitar que nuestros hijos se vean afectados por situaciones de estrés.

Contacto físico

Entidades como la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés no dudan en cifrar el estrés infantil en un 8%, un porcentaje que aumenta hasta el 20% en el caso de población adolescente. Las exigencias escolares suelen situarse en lo más alto de la lista de causas de estrés infantil, aunque poco a poco las propias exigencias parentales comienzan a desplazar la presión institucional.

Así, conviene prestar atención a síntomas tales como dolores de cabeza, irritabilidad y comportamientos regresivos, así como a un cambio repentino en la conducta en clase, menos apetito o una excesiva dependencia de uno de los adultos de la familia.

Las formas de ayudarles a combatir el estrés pasan a menudo por acudir a un especialista psicológico. No obstante esta consulta, en casa podemos hacer y mucho para reducir los niveles de estrés infantil. En primer lugar, los padres y madres del niño habrán de preguntarse si no están ejerciendo una presión excesiva sobre el niño en forma de múltiples actividades, o de una sola actividad sobre la que se depositan frustraciones con las que el niño no tiene por qué cargar.

Pasar tiempo con él, acompañarle en actividades que no necesariamente conduzcan a un fin útil (es decir, aprender a “perder tiempo” juntos) y, por supuesto, recobrar o iniciar una relación basada en el afecto y las manifestaciones físicas de ese afecto son pasos muy importantes que les ayudarán a recobrar su seguridad y tranquilidad.

Por otra parte, si bien la vida es una cosa muy seria es necesario aprender a tomársela con menos gravedad y compartir con el niño una visión entre optimista y desenfadada. Por último, brindarle espacios de relajación (no olvidar las bondades de un buen baño), estimular el ejercicio físico y proporcionarle una dieta adecuada que incluya alimentos variados son otros recursos que nos pueden ayudar a reconducir la situación.

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