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Al borde del estallido social

José Antonio Zarzalejos

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de la oposición, Mariano Rajoy (REUTERS)

El desolador panorama que desde ayer compone la Encuesta de Población Activa (EPA) con casi cinco millones de desocupados (4.910.200, es decir, el 21,29%) no forma parte de una serie secuenciada de datos estadísticos sobre el desempleo en España sino que es la expresión más radical de una crisis estructural que el propio Gobierno considera recabará un tiempo de recuperación medido en lustros no, simplemente, en años. La razón en muy clara: el FMI prevé que España crezca por debajo del 2% hasta, al menos, el año 2017. Con esa tasa de incremento del PIB la creación de empleo será imperceptible. Únase a esta circunstancia otra adicional: la estanflación, es decir, estancamiento más inflación (que también se ha encaramado al 3,8%) y la escalada del Euribor que empobrece más aún a los españoles. De no ser por la urdimbre familiar, las prestaciones sociales -que veremos cómo podrán cubrirse- y la propia economía sumergida, podríamos estar al borde del estallido social. El colmo es que, como ha demostrado el Consejo de Europa a través de su estudio Greco (Informe Especial del Grupo de Estados contra la Corrupción), nuestro país está incurso en la oscura, opaca y casi esotérica financiación de los partidos, lo que nos ha llevado a un rebrote serio y preocupante de la corrupción política.

En estas circunstancias tan calamitosas no es de extrañar que el barómetro del CIS de abril, también conocido ayer, demuestre que la retirada política de Zapatero no ha beneficiado a su partido, al que el PP aventaja en más de 10 puntos, bajando, además, la valoración del todavía presidente, ya por detrás de la que obtiene Mariano Rajoy.

Cuadro depresivo agudo

La conjunción de todas estas variables ofrece un cuadro depresivo agudo que requiere de la técnica o terapia electro convulsiva porque si no hay un fortísimo discurso de regeneración sobre comportamientos y actitudes es el propio sistema el que corre peligro. No es esto algo que pertenezca al ámbito de las impresiones o sensaciones, sino una comprobación demoscópica elaborada, bajo la coordinación de José Juan Toharia, por un grupo de analistas después de entrevistar a 5.000 ciudadanos. El estudio completo se ha publicado por la editorial Biblioteca Nueva bajo el título de “Pulso de España 2010. Un informe sociológico”*. Su lectura no puede ser más interesante porque constata el “profundo abatimiento, cercano ya a la angustia, en relación con la situación económica; creciente inquietud ante el impacto de la misma sobre el tejido social; profunda desafección hacia los políticos, por su modo de operar un sistema de gobierno que, pese a todo, sigue contando con un respaldo ciudadano masivo (…)”.

En la gran encuesta realizada queda acreditado que la percepción económica es la peor posible porque “la ciudadanía tiene la impresión de que, realmente, nadie (ni el Gobierno ni la oposición) tienen ideas claras sobre cómo poner remedio a la situación y estando así las cosas son los mercados y no los poderes públicos quienes realmente mandan en el país”. El paro juvenil se considera ya un “hecho irreparable” que “marcará para siempre” a las nuevas generaciones. Por todo ello, nada menos que el 78% de los encuestados considera la situación política como negativa, la cifra más alta de los últimos decenios, aunque, según los autores del estudio, no se ha traspasado la línea roja: la responsabilidad se atribuye a los políticos y no, por el momento, al sistema como tal.

La línea roja que no debe ser traspasada es que la sociedad llegue a pensar que la situación no es remediable ni con un liderazgo político alternativo

Según el estudio, “la línea roja que no debe ser traspasada es que la sociedad llegue a pensar que la situación no es remediable ni con un liderazgo político alternativo. Y lo que los datos indican es que, por ahora, nuestra sociedad se halla lejos de esa preocupante línea roja, si bien con un matiz que añade un importante plus de complejidad a la solución que supone la alternancia de líderes: lo que la ciudadanía española realmente anhela en el momento actual (…) no es tanto el relevo del actual Gobierno por la actual oposición, sino más bien, el relevo de ambos por otro tipo de estilo de gobernar y de controlar al Gobierno.” Y añaden: “los españoles no abominan de la política, sino del modo, generalmente ramplón, mediocre y mezquino en que suelen conducirse la mayoría de los políticos. De estos políticos”.

Hay que cambiar la Constitución

Los autores han comprobado que existe una auténtica nostalgia de la capacidad de consenso que se demostró durante la Transición y, sin concesiones, manifiestan que “el cortoplacismo miope, y además ejercido con modales ásperos cuando no groseros, habría venido así a desplazar el talante de entendimiento y a la altura de miras y al sentido del Estado de aquella época. Buena parte de nuestra clase política (y no digamos de algunos de sus jaleadores mediáticos) parece convencida de que cuantos más insultos, más zafiedad descalificadora y más exageraciones -cuando no mentiras- se utilicen, más probabilidades hay de agradar a los electores. Pues bien: estos piensan, en realidad -y masivamente (73%)- que lo que este país necesita en estos momentos es una “segunda Transición, que, con el mismo estilo de concesiones y mutuo respeto que caracterizó a la primera, haga posible la solución de tantos problemas como hay pendientes. Entre otros y de forma destacada, la actualización de nuestra Constitución, probablemente la que menos reajustes a la siempre cambiante realidad ha experimentado en comparación con los continuos retoques realizados en los textos constitucionales de la mayoría de nuestros vecinos países europeos. Seis de cada diez españoles (58%) piensan que nuestra Constitución necesita retoques y que, pese a ello, sigue siendo válida para la sociedad española actual. Pero ya algo más de un tercio (37%) cree que se ha ido quedando tan desfasada que precisa una reforma con profundidad.

Como se ve, la terapia de choque consiste en plantear un futuro de reformas, de saneamiento, de alteración de conductas y comportamientos. Y eso corresponde a la oposición que representa el PP después de que el PSOE, por su gestión tardía y contradictoria y por su vaciamiento ideológico, se haya alejado de la posibilidad de protagonizar cualquier tipo de reformulación profunda de la situación. La percepción es que los populares siguen en una inercia en la que se haya atrapada la clase política y que, por lo tanto, también forman parte del problema y no de la solución. La consigna que ayer se oyó en Génova -“más EPA y menos ETA”- podría traducir un propósito de reenfocar la acción política hacia los problemas reales que son de una dimensión colosal.

La ilusión y la esperanza, que son las energías sociales transformadoras, sólo emergen cuando existe una referencia política de creíble regeneración que el PP ha de conformar en muy poco tiempo con la breada que le proporcionarían unos buenos resultados en las elecciones del 22 de mayo. Pero la propuesta de cambio no convencerá si no es convulsiva; si no plantea una terapia de electroshock; si no moviliza a esos cuatro millones de votantes “sin alma” (en expresión de Carles Castro en La Vanguardia del pasado día 24 de abril) que no están alineados ideológicamente y que suelen inclinarse maquinalmente hacia las opciones que están en el poder. Sin insuflar entusiasmo, convulsión, agitación intelectual y política y un futuro de grandes y profundos cambios, no habrá recuperación y seguiremos renqueante y boqueandohasta que llegue el hartazgo y los ciudadanos pasen de culpar a los políticos a hacerlo al sistema. Entonces se habrá traspasado la temida línea roja.

José Antonio Zarzalejos.

*Las citas literales son de un texto resumido de la obra elaborado para el diario El País de 27 de marzo pasado por el propio Juan José Toharia y José Pablo Ferrándiz, presidente y director general, respectivamente, de Metroscopia

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