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¿Seré racista?

Hasta el más recalcitrante lo niega. En público, claro. Cuando se habla en un círculo de confianza las cosas cambian: no somos racistas pero lo parecemos, o mejor aún, nos lo provocan, nos lo imponen.

Veamos. ¿Busca usted un colegio para su hijo? Es posible que consiga escolarizar al niño (o la niña, como ridículamente se dice ahora) -más que nada porque así lo dictamina nuestra norma fundamental- y es probable que no sea donde usted quiere. Eso sí, en ese colegio donde usted desea escolarizar a su prole (así no utilizamos el horripilante lenguaje sexista) siempre quedan una o dos plazas vacantes por aula para reservarlas a hijos -e hijas- de inmigrantes, aunque lleguen el último trimestre o no lleguen jamás.

Mientras, usted, yo, todos, tenemos que asumir eso y llevar a nuestros hijos a donde no queremos o a donde no nos viene bien. Pero ¿qué hay de la conciliación familiar, señor Gabilondo, señorita Aído (¿no le convendría cambiarse el apellido? Le pegaría más “Aída”), señores y señoras consejeros y consejeras de Educación de todas las Comunidades Autónomas? No, lo primero es lo primero. Usted, como yo, como todos (mejor voy a decir casi todos) hemos contribuido desde decenas de generaciones a la riqueza, a la prosperidad nacional, al PIB, en suma a la economía nacional (o estatal, que quizás sea más prudente decirlo así), pero un “posible o hipotético” súbdito“subsahariano” -léase negro y sin afán de molestar, que es como ellos mismos se describen-, argelino, chino, rumano, ecuatoriano, marroquí, turco o pakistaní tiene más derecho a escolarizar a su hijo donde le venga en gana antes que usted. Aunque este hijo de inmigrantes no llegue nunca. Jamás. Da igual, no sea que luego nos digan que somos racistas.

¿Hablamos de subsidios? Mejor que no, no vaya a ser que sepamos mucho más de la cuenta. ¿Hablamos de ayudas sociales? ¿Hablamos de inmigrantes sin trabajo ni oficio conocido o por conocer y que, como consecuencia están condenados a delinquir aunque no sean de los que vienen específicamente a eso, debido a la insoportablemente blanda con algunos legislación penal española? Nos crecerían los pelos de punta, así que mejor lo dejamos.

Hablemos pues, por ejemplo, de los cubanos excarcelados por el todavía régimen revolucionario castrista y que nosotros -no sabemos las causas- hemos acogido. Perfecto, pero ¿ser disidente de la dictatorial, sanguinaria, caduca y atroz política cubana da más derechos en España que a los españoles?. Sigamos así, solidarios de corazón con los de fuera y solo de boquilla -y muchas veces ni siquiera eso- con los compatriotas.

¿Hablamos de las atroces bandas de delincuentes centroamericanos que amedrentan sin cesar a ciudadanos respetables mientras campan sin cortapisas imponiendo la fuerza para cometer sus fechorías? ¿Hablamos de Sarkozy y los gitanos deportados? Uff, esto es España, el Estado español y aquí es más importante la apertura a otras “civilizaciones” que la libertad y la seguridad de los probos ciudadanos.

¿Alguna vez nos contarán qué ha pasado con las ayudas enviadas a Haití -y digo enviadas, no recibidas- por organismos públicos y por personas y entes privadas mientras en España hay gente que no tiene para comer, bien sea por la crisis internacional creada por entidades financieras, por la pésima gestión del gobierno español o por ambas circunstancias?

Algo falla, sus señorías de los 18 “Congresos de Diputados”, pero, por favor, no se nos considere racistas a los que solo intentamos observar los acontecimientos con objetividad.

Así sea. Libertas + auctoritas + potestas = justicia. Justicia social, justicia sin paliativos, sin adjetivos. La que dice que todos somos iguales ante la ley. Esa misma que nunca ha existido. Ni existe ahora, por mucho que nos hagan tragar con ruedas de molino.

Que no sea para siempre. Así se acabarían muchos de los problemas que ahora no tenemos más remedio que padecer. Seguro.

Y no, no soy racista, aunque en algunos asuntos y para mentes encorsetadas, pueda parecerlo.

Fte. Criterio liberal

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