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Ondárroa siempre ha sido un lugar complicado

Autor: Rosa Díez. Upyd

Treinta furgonetas de la ertzaintza tratan de ejecutar la orden de la Audiencia Nacional para detener a la terrorista Alkorta en Ondárroa. Al frente, dirigentes de EH Bildu, partido testaferro de ETA al que el ministro de Interior y todo el PP sigue considerando “de los nuestros”.  No es exageración, recuerden al número dos del PP vasco, Oyarzabal, explicando hace nada que con ellos hay que construir el futuro…

Ondárroa siempre ha sido un lugar complicado; vean…

Un mitín en Ondárroa un artículo de Carlos Martínez Gorriarán en el ABC edición del 20 de mayo de 2003

Esta es una historia más melancólica que épica. El 14 de mayo asistí al mitin electoral de Rosa Díez, cabeza de la lista socialista en Ondárroa. Les sonará el pueblo, antaño tema favorito de numerosos pintores costumbristas que hicieron de su puerto y su puente gótico el modelo de un pintoresco y laborioso «pueblo pesquero vasco». Hoy siguen allí los barcos, el puente y la pequeña ría, pero en sus estrechas calles en cuesta huele más a miedo que a salazones.

Debido a la intimidación general, los socialistas no presentaron ninguna lista electoral en las anteriores elecciones municipales -sí lo hizo el PP, que tiene su concejal-, pero este año Rosa Díez, presidente del grupo socialista español en el Parlamento Europeo, quiso presentarse en esa plaza hostil porque, a pesar de todo, en las últimas elecciones hubo allí cien votos socialistas.

Asistir a ese mitin servía, además de para acompañar a la amiga Rosa, para recibir una dosis de recuerdo de anticuerpos de esa peste ideológica que ha convertido tantos vecindarios vascos en rebaños asustados vigilados por fanáticos. De manera que allá fuimos. El mitin estaba convocado en una plaza de acceso intricado con pinta de encerrona, pero al menos allí los asistentes no corríamos el riesgo de ser arrojados a la ría, como algunos habían previsto. Pero la pequeña plaza era grande para las veintidós personas contadas, además de unos veinte escoltas, reunidas para escuchar a la candidata. En total había una docena de afiliados socialistas, incluyendo a Carlos Totorika, dos concejales y un parlamentario autonómico. Pero ni un sólo vecino de Ondárroa.

Comienza el acto. Cuando Totorika inicia la presentación de Rosa, irrumpen unos cincuenta adolescentes inequívocamente borrokas. Les vigilan los antidisturbios de la ertzaintza que protegen el acto. Un payaso con peluca roja y megáfono gesticula: cuando se recuerda a los asesinados por ETA se tira al suelo fingiendo convulsiones; los demás niñatos ríen la patochada y berrean sus consignas.

Un grupo de niños de cuatro o cinco años, que juegan al fútbol arriba de la plaza, nos insultan diciendo «¡faxistas, faxistas!», entre risas y patadas al balón. La situación recuerda lo que cuenta un erudito vascongado del siglo XVI, orgulloso de que los niños vascos, al grito de «¡judío, judío!», solían descalabrar a pedradas al infortunado acusado de serlo. Los delincuentes juveniles procuran impedir que Rosa Díez hile una frase tras otra. Desde el ayuntamiento, un guardia municipal sonríe irónicamente. Dos abuelas se ocultan torpemente tras la furgoneta de la megafonía para escuchar sin ser vistas. Los vecinos pasan al lado deprisa, fingiendo ser sordos y ciegos; alguno se rezaga para curiosear, pero sólo se detienen los evidentemente cabreados con la «invasión española».

Otros, prudentes, escudriñan tras las ventanas cerradas sin exponerse al sol de la tarde. Se adivina quienes son abertzales porque ellos sí que se asoman para ostentar su patriótica indignación. Una treintañera pálida que sube con su bici se detiene para increparnos histéricamente. Un bar cercano pone a tope su propia música estruendosa, tratando de acallar a la candidata cuando promete cumplir durante los próximos cuatro años su compromiso con los ondarreses demócratas -¿dónde están?- que puedan votarle.

Va terminando la surrealista performance política. Los escoltas se arremolinan en torno a sus protegidos, urgiendo salir cuanto antes de la encerrona. Los antidisturbios se acercan al grupo reventador y, sin dudarlo un momento, separan a seis o siete para cachearlos contra la pared; cuando los sueltan, la parroquia aplaude a sus héroes. Luego, la ertzaintza dispone un pasillo de uniformes negros y cascos rojos para que la candidata y sus acompañantes puedan abandonar indemnes este viejo puerto de Vizcaya.

Lo inexplicable -¿o es explicable?- es que el PSE haya dejado completamente sóla a Rosa Díez. Querida Rosa, con esos amigos no necesitas enemigos: nadie de la dirección se digna comparecer; ni siquiera el candidato a Juntas que había prometido ir. Ni tampoco avisan a la prensa -¿porqué podía favorecerte?-, que se ha perdido el espectáculo del día y quizás uno de los más significativos de toda la campaña, porque pone perfectamente de manifiesto las condiciones bananeras que padece la campaña electoral constitucionalista en tanto puntos del País Vasco.

Los amigos llegados de San Sebastián nos largamos tratando de pasar desapercibidos. En nuestra ciudad apoyamos a María San Gil, en Ondárroa a Rosa Díez. No nos importa ahora qué partido presenta a cada una, sino lo que ellas representan: la esperanza de una alternativa democrática al régimen nacionalista. Queda el consuelo de saber que esa noche los fanáticos de Ondárroa se sentirán un poco más derrotados por este modesto desafío. Porque a pesar de su eficaz política de terror, incluso en Ondárroa habrá candidaturas y votos constitucionalistas. Y pronto desaparecerá el olor a miedo y volverán los viejos aromas portuarios a sal, gasoil y pintura.

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