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Un agosto para el despotismo

El presidente y los miembros del Gobierno utilizan con frecuencia un lenguaje gelatinoso en el que términos como “prudencia” o “responsabilidad” son pretextos verbales para imponer una opacidad en la que ejercen como ningún otro Ejecutivo occidental un radical despotismo. No se trata, por supuesto, del despotismo ilustrado de algunas monarquías del siglo XVIII, sino de un despotismo a secas, aquel que se define como un abuso de superioridad remitiendo a la idea de que se gobierna sin sujeción a ley alguna. Y si ya incurren con frecuencia en este comportamiento, tanto Zapatero como algunos de sus ministros han ofrecido este mes de agosto -embozados en el estío vacacional- todo un recital de despotismo.

Quizás el más irritante de todos los que han perpetrado haya sido el de avenirse -no sabemos en qué medida- al chantaje de Al Qaeda del Magreb Islámico para rescatar a los dos cooperantes catalanes que tan irresponsablemente emprendieron una “caravana solidaria” que le ha salido cara al erario público y ha mostrado la debilidad despótica e impune de un Gobierno que -con turbiedad absoluta- negocia con terroristas. El folklore político en torno a la costosa liberación de los dos cooperantes cuyas cualificaciones como tales son desconocida más allá de su militancia -se supone que progresista- en la ONG catalana Acció Solidaria ha sido impúdico. El presidente del Gobierno -creyendo protagonizar un éxito cuando en realidad representaba lo contrario- anunció la liberación; un avión de las Fuerzas Armadas trasladó a los dos cooperantes desde Burkina-Fassó; fueron recibidos en el aeropuerto del Prat por el presidente Montilla y otras autoridades, mientras el secuestrador -que fue el que devolvió a los secuestrados- aparecía en unas inenarrables imágenes de televisión cerrando el negocio que acaba de hacer con la fragilidad despótica del Gobierno de Zapatero.

Ni la excarcelación de un terrorista, ni el pago de determinadas cantidades han sido extremos desmentidos por el Gobierno

Por el momento, no hay explicación gubernamental del modo y de las contrapartidas por la liberación de los cooperantes pero ni la excarcelación de un terrorista ni el pago de determinadas cantidades, han sido extremos desmentidos por el Gobierno que ampara su silencio en “la prudencia” y la “responsabilidad”. Al parecer, ni las instituciones representativas ni la opinión pública tienen derecho a conocer el modo de proceder del Gobierno en un caso tan sensible. Por el contrario, ambas instancias deberían -y es lo propio del despotismo- asumir que el Gobierno es titular de un poder sin límites para disponer, no sólo de las arcas públicas, sino también del ejercicio de la soberanía nacional.

Melilla y el Checkpoint Charlie marroquí

Tampoco tenemos derecho a saber -y ahí la oposición con excepción del PP y de UPyD ha hecho el caldo gordo al despotismo gubernamental- qué ha ocurrido de verdad en la crisis con Marruecos, cuya existencia se niega. El Gobierno hizo intervenir al Rey para que aplacase a Mohamed VI, cuyo Gabinete emitió hasta cinco notas incendiarias contras las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en Melilla y desplazó a Rabat a Pérez Rubalcaba para que -por enésima vez- se nos hiciese creer que el bloqueo de la ciudad española de Melilla había sido un episodio sin importancia.

La realidad es otra. Mohamed VI pretende tanto Ceuta como Melilla y desearía que en el futuro el paso fronterizo de Beni-Enzar se visitase como el Checkpoint Charlie de Berlín. La ciudad resiste cada vez con más dificultades. La determinación de la comunidad cristiana y hebrea -reducida pero muy activa- es constante, pero la islamización de la urbe progresa de manera geométrica. En las calles de Melilla se oye más el árabe que el español, nuestros compatriotas están adquiriendo viviendas en Málaga, donde envían a sus familias, y se ha instalado un estado de inquietud y provisionalidad en la población que el Ejecutivo niega de manera sistemática pero que se comprueba con una breve estancia en la ciudad.

Los hechos cantan: el rey alauita no ha enviado todavía a su embajador a Madrid y los acuerdos entre Rubalcaba y su homólogo marroquí son más antiguos -e incumplidos- que el hilo negro. Rabat aprieta y afloja hasta que decida que ha llegado su momento y lleve a efecto -como Hassan II con el Sáhara- la “unificación nacional” que proclama anualmente en el Discurso del Trono, es decir, la anexión de Ceuta y Melilla a Marruecos, ambas ciudades españolas -no plazas de soberanía-, lo que provocaría una crisis de consecuencias impredecibles. Con los marroquíes -vinculados a los intereses de Francia en la región y viceversa-, la historia es una aleccionadora maestra. La política de apaciguamiento de Zapatero, no sólo es contraproducente, sino impropia y, además, despótica, porque no se somete al control del Congreso. Debemos ser “prudentes” y “responsables” porque de lo contrario “calentaríamos” a los vecinos marroquís. De nuevo la gelatina verbal del despotismo.

Burla al Constitucional

De forma asimismo déspota, el presidente del Gobierno ha decidido poner en marcha –sin debate en las Cortes- el “rescate” del Estatuto catalán sorteando en lo posible la sentencia del Tribunal Constitucional que, aunque intérprete de la Constitución, parece que puede ser burlado con recursos normativos que quizás no violen la letra de su sentencia pero sí, desde luego, su espíritu. Poder sin límites, sin rendición de cuentas, interlocución mano a mano con Montilla -para prometer autogobierno en vísperas electorales- y con Griñán para, sin más criterio que el del propio presidente, asegurarle que Andalucía -tambaleante la mayoría socialista- se llevará la parte de león de los 700 millones de euros recuperados -en hábil triquiñuela de Blanco- del tijeretazo de más de 6.000 previstos por el Ministerio de Fomento. También en este caso “prudencia” y “responsabilidad” es lo que nos pide, como un mantra desquiciante, la vicepresidenta primera del Gobierno.

El despotismo lo puede ejercer el presidente, y así lo practica en su propio partido, como se ha podido comprobar a propósito de los candidatos socialistas a la Comunidad de Madrid y a la alcaldía de la capital. Si sus compañeros se lo consienten, allá ellos. Puede -también como un acreditado déspota- linchar políticamente al secretario general del PSM, Tomás Gómez (¿por qué se prestado Pérez Rubalcaba a darle la puntilla al de Parla aduciendo que su activo será haber dicho "no" al presidente del Gobierno?). Pero lo que no puede es alzarse con una abusiva expansión de los poderes ejecutivos aprovechando un agosto tórrido que ha exprimido para perpetrar algunas fechorías muy graves en política interna e internacional. La simulación -“prudencia”, “responsabilidad”- se le daba bastante bien a Zapatero. Pero en este agosto se le ha ido la mano y se han hecho visibles las mañas déspotas de este político de regate corto que, paso a paso, está degradando la calidad democrática española.

José Antonio Zarzalejos

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