La
semana pasada, el presidente del BCE, Mario Draghi, se destapaba anunciando
una política monetaria no convencional,
fuertemente expansiva. Comprará títulos a granel para conjurar el riesgo de
deflación e insuflar vida a un crédito moribundo. Aun así, en un arranque de
humildad, el italiano reconocía que esta operación quedará coja si no cuenta
con la oportuna colaboración de los Estados: un nuevo llamamiento a ciertos
gobiernos para acometer las siempre postergadas reformas económicas. Su
política monetaria difícilmente impulsará la actividad con unos canales
obstruidos y unos mercados colapsados por innumerables trabas.
La simplificación de trámites y obstáculos
para abrir una empresa es una promesa recurrente pero incumplida de manera
contumaz por todos los gobiernos
Si la indirecta iba dirigida a España, el
bueno de Mario debería armarse de paciencia y aguardar cómodamente
sentado. Aquí
las reformas se anuncian a bombo y platillo, con mucha antelación, pero se
desinflan lentamente como un enorme globo sonda. El
alcance, el objetivo y la profundidad van menguando paulatinamente hasta
disolverse en agua de borrajas. Los gobernantes verdaderamente dispuestos
suelen acometer las transformaciones los primeros meses de su mandato, cuando
gozan de mayor legitimidad. Las radicales reformas de Franklin D. Roosevelt se
concentraron entre marzo y junio de 1933, en los 100 primeros días de una presidencia
de 12 años. En España, obedeciendo al lema favorito de Mariano Rajoy,"no hagas hoy lo que puedas
dejar para mañana", el gobierno prefiere un ataque agudo de
erisipela antes que impulsar ciertos cambios que, con la boca pequeña, tilda de
convenientes.
La simplificación de trámites y obstáculos
para abrir una empresa es una promesa recurrente pero incumplida de manera
contumaz por todos los gobiernos desde hace décadas. Tanto, que el informe Doing Business 2014 del
Banco Mundial asigna a Españael puesto 142 en
una lista de países clasificados por el grado de facilidad para instalar una
empresa. Hasta 10 complicadas y larguísimas gestiones
burocráticas son necesarias para comenzar a operar un negocio. En el otro
extremo, Nueva Zelanda permite establecer una empresa en horas, con una sola
gestión a través de internet y un coste mínimo. Enormes fuerzas deben atenazar
a nuestros gobernantes para impedir unos cambios tan necesarios.
Si las reformas económicas fomentan el
crecimiento, mejoran la eficiencia, favorecen la reducción del desempleo y...
no implican gasto adicional ¿por qué los políticos españoles se muestran tan
reacios a acometerlas? Si benefician a la sociedad ¿por qué siempre se
postergan y, cuando llegan, presentan un regusto descafeinado? ¿Cortedad de
miras, desidia, estupidez? Puede, pero el principal motivo es otro: las reformas perjudican a la
oligarquía política y a los grupos de presión cercanos al poder. Entorpecen el
intercambio de favores y suprimen ciertos mecanismos que facilitan la
corrupción. Motivos más que suficientes para generar
resistencias entre nuestras clases dirigentes, nacionales o autonómicas.
Los caminos de la corrupción son inescrutables
Una adecuada reforma económica va dirigida a
cambiar las reglas del juego por otras más claras justas y transparentes. A
transformar la legislación, las regulaciones, eliminando muchas restricciones
que atenazan la actividad económica. A poner límites a la connivencia entre
políticos y conocidos “empresarios”, entorpeciendo el intercambio de favores. A
suprimir las barreras que restringen la competencia, la entrada de nuevas
empresas a ciertos mercados. Unas barreras que otorgan privilegios a ciertos grupos
empresariales a condición de repartir los beneficios resultantes con los
políticos. Observando las puertas giratorias, esas vías
rápidas que conducen a ex gobernantes a los consejos de administración, es
posible identificar los sectores económicos más afectados por estas nefastas
prácticas. Las
reformas ¡ay! dificultarían el reparto de los márgenes, uno
de los negocios básicos de la clase política en España. Antes muertos que
"reformaos".
Buena parte de los ingresos de los partidos, y
de sus dirigentes, proviene de favores consistentes en promulgar una
legislación ventajosa
Los caminos de la corrupción son
inescrutables, profundos e insondables. Los ingresos de los corruptos provienen
siempre de los bolsillos de los ciudadanos, unas veces en calidad de
contribuyentes, otras de consumidores. Las comisiones por licitación de obras o
servicios (sean del 3%, del 5% o superiores) se repercuten en las facturas que
pagan las administraciones y, por ende, en el bolsillo del contribuyente. Por
el contrario, las comisiones por compra de petróleo, tan apreciadas por un
monarca ya abdicado, se cargan en la cuenta de los consumidores que acuden a
llenar el depósito. Pero existe una tercera vía más indirecta: buena parte de los ingresos de
los partidos, y de sus dirigentes, proviene de favores consistentes en
promulgar una legislación ventajosa, leyes a la medida de
ciertas empresas, a cambio de regalos en metálico o especie, transferencia a
cuenta en paraíso fiscal o garantía de un puesto en consejo tras el mandato.
Mercados restringidos aun a costa del empleo
Esto explica el gigantesco y desordenado
crecimiento de toda una compleja selva de leyes, normas y regulaciones, de
reglas con infinidad de excepciones, contradictorias entre sí, interpretables
al derecho o al revés, siempre a gusto del poder. Una vía paraestablecer barreras que impidan
la entrada en ciertos mercados a otros productores, protegiendo así a quienes
compran voluntades. Se ofrece a los amigos un traje a medida,
el privilegio de actuar en un mercado cautivo donde los elevados precios
generan jugosos márgenes a compartir con los gobernantes. Los ingresos
irregulares tienen su origen en el sobreprecio que pagan los consumidores por
culpa de una restricción de la competencia que propician las autoridades...
deliberadamente.
Nuestras élites prefieren mercados
restringidos, pocas empresas, conocidas, cercanas y generosas, aun a costa del
crecimiento y del empleo
No puede extrañar que las clases dirigentes corruptas huyan de las
reformas económicas como el vampiro del ajo, o del crucifijo, pues la
competencia reduciría precios y estrecharía márgenes, disipando las rentas
extras que se reparten bajo cuerda empresarios y políticos. Nuestras élites prefieren
mercados restringidos, pocas empresas, conocidas, cercanas y generosas, aun a
costa del crecimiento y del empleo. Por ello, la reforma
política es condición previa para las reformas económicas. Señalaba uno de los
protagonistas de los
intocables de Elliot Ness que "lo difícil no es encontrar
el alcohol sino a alguien dispuesto a enfrentarse a Al Capone". En la
España actual, lo complicado no es saber qué reformas hay que acometer...sino
identificar un grupo dirigente dispuesto a llevarlas a cabo. Juan Manuel Blanco [en Vozpopuli.com]