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Sobre lo “público” 

Sin duda, hay un “melón” que aún no se ha abierto en España y es el referido a qué sea lo público; mejor, “qué es lo público”.
Estamos acostumbrados a comparar lo público con lo privado, y en torno a esa comparación “gravita” toda nuestra vida social y política. Además, pontificamos al optar por una postura o por la otra, y la identificamos con una opinión política concreta.
Pero es hora de sentarnos, parar esta vorágine y “aclarar” qué sea lo público. Yo sostengo que lo “público es lo que es de todos”, sin exclusión y sin menoscabo de nadie. Y pienso que se puede crear y recrear una sociedad con este presupuesto formal, sin identificar lo público con ninguna ideología en concreto.
Es desde el inicio de la Edad Media, y más en concreto desde la instauración del Derecho Germánico, desde cuando se identifica sociedad e Iglesia, y la forma de entrar en la sociedad (identificada con la Iglesia) era a través del “bautismo”, que se impartía a todo el mundo.
Supuso un avance frente al Derecho romano, para quien el “cives” era superior al resto de los hombres, que eran identificados con el “humus”; el “cives” era el 2 % de la población, frente al “humus” que era el 98 % de la población del Imperio. Por supuesto, el “cives” lo era porque había nacido “hijo de”, por naturaleza divina; y el siervo no era nada.
Con la cristianización de los “bárbaros”, y puesto que no había distinción entre “cives” y “humus” al ser “salvados” todos por Jesucristo, la sociedad se hizo más amplia y abarcó a todo el mundo: Iglesia y sociedad eran lo mismo; y los que estaban fueran, los “extranjeros”, no formaban parte de la sociedad. No hay que olvidar que los judíos, que no estaban bautizados, tampoco formaban parte de la sociedad; como tampoco lo eran los ortodoxos ni los islámicos.
La situación dio otro salto cualitativo con el “descubrimiento de América”. Los indios no eran ni “judíos”, ni “islámicos”, ni “mogoles”, sino que estaban de una forma “salvaje”. Se hizo extensivo y se acuñó el término de “derecho natural”. El Derecho germánico, con su idea de “bautismo”, ya no valía, o se quedaba obsoleta; al igual que había pasado con respecto al Derecho romano cuando con los germánicos “todos” se bautizaron. Los indios, recién descubiertos, no habían cometido “ningún pecado” para ser excluidos de la salvación. Eso sí, había que bautizarlos, aunque “eran otros”, distintos de los judíos y de los islámicos.
Enseguida, surgen los debates de si la “Gracia de Dios”, que se da a todo el mundo, llega a todos los hombres, y si éstos, por sí mismos, pueden salvarse. Los “católicos” dirán que el “esfuerzo” de los hombres es válido; y los “protestantes” dirán que  el “esfuerzo” humano no vale para nada.
Como “cosa rara”, surge en siglos posteriores la “hipótesis” sobre si el hombre, antes de un “hipotético pecado”, es decir, en estado de naturaleza, es “bueno” o era “malo”; si se portaba bien en esa naturaleza hipotética o se portaba mal. En ambas posturas se dice que tiene que haber un “contrato”, un “pacto” para abandonar el “estado de naturaleza”, pues el “derecho natural” es “insuficiente” para explicar las relaciones humanas.
Y tiene que “nacer” o “crearse” un “derecho artificial” (“contractual”) para explicar las nuevas relaciones humanas, que son “nuevas” como “nuevo” fue el “bautismo” frente al “derecho romano”; y “nuevo” lo fue el “derecho natural” frente al “derecho medieval”. Ahora, el “derecho contractual” sería igualmente “nuevo” frente al “derecho natural”. Los “Derechos Humanos”, que son de todos, quedarían “obsoletos” frente a los “nuevos derechos” nacidos del “contrato”, que son sólo de quien realiza dicho contrato.
Concretando estos presupuestos, una persona que nace libre amparada por los Derechos Humanos, esta persona, digo, tendrá que renunciar a dicha situación en aras de un nuevo “status”.
Imaginemos que dicha persona tiene un currículo: ha estudiado, ha hecho un curso de formación, etc. En principio, y puesto que está en el “estado natural” no le vale, o le vale menos que en la otra situación. Pero, si dicha persona realiza un examen especial, ante un “tribunal especial”, y este tribunal lo aprueba, y sólo si el tribunal lo aprueba, cambia su “naturaleza” y consigue no sólo un “puesto (de trabajo) fijo”, sino “inmunidades” que en su estado natural le son negados. Se convierte, así, en distinto no sólo de cómo era antes de dicho examen especial, sino distinto en sentido superior al resto de sus conciudadanos: se convierte en ciudadano de primera.
Este es el nuevo derecho, que supera al derecho natural en el cual todos somos iguales por naturaleza. Al “espacio” en el que “entra” el nuevo ciudadano revestido sacralmente, se le llama “público”, y no porque sea de todos, que no lo es, sino porque desde esa atalaya “domina” a sus conciudadanos “inferiores”. A este nuevo espacio que se denomina público se le da una categoría nueva que no tiene el resto de la sociedad, y no sólo es superior sino que es inmune a todo.
Si ponemos el ejemplo económico, cuando decimos que se pretende “ayudar” a lo público, tenemos que decir que no es a toda la sociedad española, sino sólo a quien ha “entrado”, ha “accedido” a este “espacio contractual”. Así pues, siguiendo con el ejemplo, las “ayudas” (o rescate) europeas se van como el “agua de las Danaides”, al igual que se han ido otras veces, sin haber llegado a los ciudadanos españoles, los cuales son “inferiores” en virtud de “nuevo derecho contractual” que tenemos.
Lo “público”, tal y como está instaurado en España, no es de todos, sino sólo de unos pocos; otra de las consecuencias de dicha realidad la vemos en el “nacionalismo” que, alejado radicalmente del sentido que tuvo en sus orígenes, quiere aprovecharse de dicho “derecho contractual” para decir: “¡si España no es de todos, yo me voy!”; sólo que dicho nacionalismo decimonónico “cae” en lo mismo que critica: el “derecho contractual”, con lo cual crearían, puesto que ya lo están haciendo, una “desigualdad radical” en los ciudadanos de sus territorios.
Sólo haciendo que lo “público sea de todos” podemos conseguir estructuras sociales y políticas que hagan posible que salgamos de la crisis, pues ya sería algo de todos. Quien nos ha metido es la crisis es una “parte”, y esta parte quiere que los ciudadanos de segunda saquemos de este atolladero a todo el mundo. Pero sólo si conseguimos una igualdad radical de todos haremos que España sea un país de todos. Antonio Fidalgo Filósofo

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