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En un mitin de 1982, organizado en Jerez de la Frontera por el clan de la tortilla, Alfonso Guerra sacó a relucir su lenguaje sarcástico y dijo: “No descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas.” Y ese era el camino al que nos llevaba irremediablemente la desafortunada actuación  del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero,  a que médicos y  no médicos, todos los integrantes de las clases medias españolas, tuvieran que contentarse con calzar unas simples alpargatas. Y en semejante labor colaboraba entusiásticamente su todopoderoso  vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba.
Y menos mal que los ciudadanos españoles le cerraron el camino hacia La Moncloa con su voto. De no haber sido así, Rubalcaba hubiera continuado sin problema alguno la triste faena, iniciada por Zapatero, de seguir empobreciendo al mayor numero posible de familias españolas. A pesar de su abultada derrota en las urnas, sigue alentando torpemente la insidia y la asechanza entre sus mesnadas, y les pide insistentemente que no den tregua al Gobierno, que lo acosen  y lo desgasten, ocupando calles y plazas y organizando en ellas toda clase de protestas ruidosas y alborotos callejeros. Y fomentar algaradas en  circunstancias económicas tan críticas es, cuando menos, un solemne disparate político.
Ha sido humillante su resultado electoral, el peor de toda nuestra historia democrática. Cualquier otro candidato hubiera dimitido al conocer  los datos oficiales del escrutinio, se hubiera ido a su casa y no hubiera optado ya a la Secretaría General del PSOE y hubiera dejado que otra persona menos visceral se hiciera cargo del partido y tratara de regenerarlo convenientemente. Pero para eso hace falta tener dignidad, y Rubalcaba no  parece tenerla. Y si alguna vez la tuvo, posiblemente la perdió haciendo política durante tantos años  desde las cloacas del Estado. Pero ya que no imitó el gesto señero de Joaquín Almunia, debiera al menos guardar silencio y esperar pacientemente hasta que se conozca el resultado definitivo de la actuación iniciada por el Gobierno del Partido popular.
Pero ni lo uno ni lo otro. Alfredo Pérez Rubalcaba ni se va, ni se calla y, con más moral que el Alcoyano, reconviene constantemente al Gobierno del Partido Popular. Con enorme petulancia, hasta se permite  el lujo de indicar a Mariano Rajoy lo que debe decir a los alemanes cuando vuelva a Bruselas a participar en otra cumbre europea. Pretende aportar soluciones y habla como  si no fuera él tan responsable como Zapatero de todos nuestros males actuales. Dice que es “consenso y diálogo” “lo que le está faltando a España para salir de una crisis que los ciudadanos empiezan a percibir con enorme angustia”.
Y como Mariano Rajoy, espoleado por la gravedad de nuestra situación económica y por la urgencia de encontrar rápidamente una solución, no le hace caso, monta en cólera y aparece Rubalcaba  tal cual es, hasta con su vieja costra jacobina y,  lleno de iracundia, vomita toda clase de improperios contra Rajoy y contra todos los miembros de su Gobierno. Con sus tópicos demagógicos de siempre, los acusa abiertamente de que, gracias a ellos, España es ahora mucho “más débil”, de que ejercen el poder de un modo “caótico” y con una desconocida “omnipotencia” que les lleva a no querer acordar nada con nadie, ni con los demás partidos, ni con los distintos agentes sociales. Va aún mucho más lejos y se atreve a decir que los ministros del nuevo Gobierno no tienen “plan” alguno y “corren como pollos sin cabeza” y ¡pásmense! Rubalcaba, precisamente Rubalcaba,  llama “mentiroso” a Rajoy.
Que otra persona cualquiera llame mentiroso a Mariano Rajoy podría admitirse como algo natural. Y mucho más si tenemos en cuenta que, por el motivo que sea, se salta sistemáticamente alguna de sus promesas durante la pasada campaña electoral. Pero no Alfredo Pérez Rubalcaba que, con toda justicia, se ha merecido el apelativo de rey de la mentira. Ni siquiera se ha molestado lo más mínimo por seguir el acertado consejo del dramaturgo francés, Jules Renard, que decía así: “De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”. Lo del secretario general del PSOE es mentir por mentir.
No sabremos nunca de cuando le viene a Rubalcaba esa afición insoslayable de decir lo contrario de lo que piensa, cree y sabe, con la firme intención de engañar. Pudo empezar de pequeño, aún antes de asistir  a clase al Colegio del Pilar, en su época de estudiante universitario. O más tarde, como consecuencia lógica de dedicarse invariablemente, durante tantos años, a hacer política desde los albañales del poder. La maestría con que miente aquí y allí y la manera de preparar toda clase de trampas saduceas para forzar  al adversario a cometer errores, indica que es algo que viene de muy atrás y que ha adquirido una enorme destreza. Si fuera un simple aficionado a la mentira,  sería incapaz de mantenerse en primera línea tanto tiempo y llevaría ya muchos años siendo un cadáver político.
Que Alfredo Pérez Rubalcaba era todo un profesional de la mentira quedó ampliamente demostrado en su etapa al servicio del felipismo. De ahí que Felipe González, convencido de sus extraordinarias habilidades para camuflar hechos comprometidos, lo nombra en 1993 ministro de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes. A partir de entonces, y hasta 1996, Rubalcaba se convierte en el prestidigitador oficial de La Moncloa y se dedica  a defender ardientemente al Gobierno de casos tan graves  como los GAL, Filesa, Fondos Reservados, Roldán, Mariano Rubio y otros muchos, todos ellos extremadamente patéticos y comprometidos. Y no se amilanaba en su intento de eximir a su Gobierno de toda responsabilidad en la guerra sucia contra ETA, negando públicamente su implicación en la creación de los GAL y en sus actos terroristas. Y afirmaba con el mayor descaro: “En este país del GAL solo hablan el PP y ETA”.
Cuando en el año 2000 José Luis Rodríguez Zapatero se hace con la Secretaría General del PSOE, Rubalcaba queda incluso fuera de la Ejecutiva Federal del partido. Había cometido el error de apostar por José Bono  y, por este pecado, parecía condenado al ostracismo político.   Pero esto no le amedrentó. Utilizando convenientemente su ya amplia experiencia de fontanero en la sombra, poco a poco se va introduciendo en la estructura política de Ferraz. Y en 2003 logra, por fin, hacerse cargo de la cocina del  partido, iniciando así, de manera entusiástica, su adhesión al zapaterismo.
Con la llegada de Zapatero a La Moncloa en Marzo de 2004, Rubalcaba  es nombrado portavoz del Grupo Parlamentario Socialista y se ocupo de algo tan complicado como la negociación con ETA y con los nacionalistas catalanes, el desarrollo del nuevo Estatuto. Es a partir de ahora cuando de manera más frecuente recurre sistemáticamente a la mentira. Comenzó su trepidante campaña de agitación la víspera misma de las elecciones generales,  transgrediendo flagrantemente la jornada de reflexión y animando a los militantes de su partido a cercar las sedes del partido Popular. De este modo y con su grito de guerra que decía: “Los españoles se merecen un gobierno que no les mienta. Un gobierno que les diga siempre la verdad… Y la verdad, toda la verdad, se acabará sabiendo”, consigue el más inesperado vuelco electoral que aún estamos pagando todos los españoles.
En mayo de 2006, Alfredo Pérez Rubalcaba cambia el atril de portavoz del Grupo Socialista en el Congreso por el sillón del Ministerio del Interior, para conducir la negociación con ETA, aprovechando la  tregua  que había declarado en marzo. Y aunque el flamante ministro del Interior declaró solemnemente, después de una supuesta verificación de la tregua, que “el alto el fuego” era “completo y real”, según informe posterior de la Fiscalía, no hubo verificación alguna de la tregua  y los etarras continuaron mandando cartas de extorsión, recaudando ese año unos 6 millones de euros.
Volvió a mentir descaradamente en octubre de ese mismo año al negar que el Gobierno hubiera negociado con ETA en Oslo. Es el periódico El País el que le desmiente en Junio de 2007, el que confirma esos contactos en la capital de Noruega y desvela  que fueron los servicios secretos noruegos los encargados de la seguridad de las delegaciones. Repitió la mentira en enero de 2007 después del atentado de ETA de la T4. No hay diálogo, dijo, “porque el proceso de diálogo se basa en que ETA muestre una voluntad inequívoca de dejar la violencia; no hay esa voluntad, por lo tanto no hay proceso”. Un año  más tarde, es el propio Zapatero el que deja en evidencia a Rubalcaba al reconocer, ante el director de “El Mundo” que los contactos con ETA siguieron después del atentado de la T4.
Siempre hay alguien que le desmiente infaliblemente, pero él miente, miente y vuelve a mentir. Volvió a negar, con todo el descaro y un gran desparpajo, la nueva negociación de 2010 entre el Gobierno y ETA. Un mes más tarde, es Jesús Eguiguren, el presidente del PSE el que reconoce sin ambages  los nuevos contactos del Gobierno con ETA. Hasta aprovechó una comparecencia suya en el Congreso, para negar impávidamente  que se hubiera dado trato de favor a Iñaki de Juana Chaos. Y todos habíamos visto por televisión sus paseos extra carcelarios y su excarcelación posterior, a pesar de los crímenes que tenía a sus espaldas.
El elenco de mentiras de Rubalcaba es prácticamente inagotable, tanto que  podríamos llenar páginas y más páginas con ellas. Y ahora que ha dado ya carpetazo al zapaterismo y ha empezado a gestionar su propia marca, sigue mintiendo profusamente y, como es su costumbre, se salta con facilidad la legalidad vigente. Quizás sea que no le comprendemos porque, como dijo en un mitin celebrado en Mérida en julio del año pasado, trata de elaborar un proyecto político con la vista puesta en los socialistas de hace 100 años y no en los de ahora. Y lo está consiguiendo. Rubalcaba  no puede llamar mentiroso a nadie y lo menos que puede hacer es callarse y aclarar de una vez con quién está, si con los que ocupan la calle o con los que quieren un Pacto de Estado.José Luis Valladares Fernández Criterio Liberal. Diario de opinión Libre.

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