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El triunfo del perdedor

Escribía el sociólogo José Luis Álvarez (La Vanguardia, 3 de mayo de 2010) que “políticamente, lo fascinante de la psicología de Rajoy es su asintonía con el tipo que anhela su electorado: el autoritario en la versión populista de Aguirre o en la ideológica de Aznar. Sin embargo, Rajoy ha encontrado una nueva funcionalidad para seguir al frente de la derecha española. Que hoy la fricción política está siendo sustituida por la legal no es una casualidad: es el juego preferido por Rajoy, para quien lo jurídico es la continuación de lo político por otros medios.” Líneas antes, el autor sostenía que el presidente del PP es “pasivo en energía y negativo en afecto, traslada a la política la orientación de la tarea del registrador: inscribe, garantiza, informa pero no transforma. Marx diría que es el idóneo secretario del consejo de administración del capitalismo.
Otro sociólogo tan solvente como José Ignacio Wert escribía al respecto (El País, 30 de mayo de 2008) que “el esencialismo que algunos propugnan, y por cuya supuesta traición piden cuentas a Rajoy, no tiene que ver con valores políticos, sino con una rigidez estratégica y táctica que puede ser psicológicamente y moralmente muy confortadora, pero que, desde luego, no es útil para ganar las elecciones.”
En mi opinión ambos sociólogos tenían razón cuando escribieron los textos transcritos: Rajoy encarnó desde el principio un nuevo tipo de liderazgo en la derecha que muchos no han reconocido, incluso han impugnado. Gracias a esa forma de liderar el PP la organización se ha mantenido cohesionada en los casi ocho años de travesía del desierto opositora y emerge ahora como la alternativa moderada, indiscutible ya, al PSOE de Rodríguez Zapatero. Para determinado fundamentalismo gritón instalado en parte de la derecha española, Mariano Rajoy ha sido -¿también ahora?- un hombre sin carisma, perezoso, escaso de arrojo personal y político y demasiado dúctil. En otras palabras: el gallego era un perdedor nato, un hombre incapaz de llevar al centro-derecha español de nuevo al poder.
Algunos sectores recalcitrantes -escasamente analíticos- sostienen que ha sido la crisis, y no Rajoy y el PP que dirige, la que ha hundido a Zapatero y al socialismo, lo cual es falso. La recesión mal conducida por el presidente del Gobierno ha coadyuvado, sí, al desastre del PSOE, pero sin una estrategia como la de Rajoy -no cometer errores, centrarse en mensajes elementales de manera reiterada, concentrar en el jefe del Ejecutivo las responsabilidades del mal gobierno, la apuesta de ir avanzando poco a poco (elecciones europeas, gallegas, vascas, municipales y autonómicas) y la conformación de un renovado equipo de dirigentes y colaboradores- hoy no existiría la vívida percepción de que los populares ganarán el 20-N por mayoría absoluta.
Elecciones, reforma constitucional y caso Gürtel
Las dos grandes apuestas de Mariano Rajoy consistían en obligar a Zapatero a adelantar las elecciones, lo que consiguió el pasado 29 de julio, y establecer con la mayor fuerza legal una regla de gasto para todas las administraciones públicas, lo que obtuvo en el pleno del Congreso de ayer que ha propuesto la reforma del artículo 135 de la Constitución. El líder de los populares ha arrancado a Zapatero, a fuerza de persistencia, paciencia y tragaderas, exactamente lo que deseaba para abordar los comicios generales desde una posición de apabullante autoridad política ante la sociedad española. Que los procedimientos utilizados por Rajoy sean incompatibles con “el puñetazo en la mesa”, o que se maceren en tiempos largos y maduren en silencios prolongados, son aspectos que han formado parte de una estrategia y de una táctica que ha respondido a un proyecto de oposición muchas veces ininteligible para la militancia y el electorado del PP.
Mariano Rajoy sabía demasiado bien que tras el liderazgo de hierro de Aznar, el reto de la derecha española para ganar las elecciones en un país cuya opinión pública ha madrugado la izquierda desde los años setenta, consistía en transformar en inverosímil cualquier versión del dóberman publicitada por el PSOE
La exculpación -aunque no sea definitiva- de cualquier delito en la trama de Francisco Correaal que fuera tesorero del partido, Luis Bárcenas, avala la parsimoniosa táctica con la que Rajoy condujo este tema y hace suponer que acertó también con Francisco Camps en Valencia. La posibilidad de que en el PP existiera -a nivel nacional- un circuito de financiación ilegal se ha evaporado judicialmente, aunque persistan procedimientos penales periféricos a la estructura central de la organización popular.
Mariano Rajoy -que queda reflejado en la autobiografía de inminente distribución titulada En confianza- sabía demasiado bien que tras el liderazgo de hierro de Aznar, el reto de la derecha española para ganar las elecciones en un país cuya opinión pública ha madrugado la izquierda desde los años setenta, consistía en transformar en inverosímil cualquier versión del dóbermanpublicitada por el PSOE. Consistía también en componer los serios conflictos internos entre las familias del PP sin victorias ni derrotas apabullantes, ni de unos ni de otros. Consistía igualmente en mantener el legado de la refundación del PP en 1989, con Aznar a la cabeza, pero actualizándolo, sosteniendo una relación personal equilibrada con su predecesor y amistosa y colaboradora con el otro gran referente popular: Rodrigo Rato. Y consistía, desde luego, en prescindir “dolorosamente” de algunas figuras del partido de gran envergadura -Álvarez Cascos o María San Gil, por ejemplo- por su renuencia insuperable a adaptarse a los nuevos moldes, asimilando la incomodidad de retener a los díscolos -es el caso de Jaime Mayor Oreja-- o absorber el impacto de fuertes personalidades con criterios desafiantes, como la deEsperanza Aguirre.
Sin rencor, pero con memoria
“Por suerte para algunos, no soy una persona rencorosa” ha declarado Rajoy que, sin embargo, no ha dejado de subrayar que dispone de una memoria excepcional -propia, por otra parte de un registrador- en lo que supone un claro aviso a navegantes. Un hombre que no manda a hacer puñetas a la periodista que le plantea una pregunta que recoge rumores sobre su condición de “mariposón” (XL Semanal nº 1244 de 28 de agosto a 3 de septiembre), es un político que merece un respeto por su fortaleza intelectual y su templanza temperamental.
Rajoy es el hombre posible en una situación nacional que es poco menos que imposible. Comprender esta circunstancia histórica y reflexionar sobre los aspectos positivos de su liderazgo forma parte de la necesaria moral de victoria y de servicio de la derecha española. El gallego, además, se ha preservado ante sectores periféricos hostiles a la concepción constitucional de España (“Catalunya puede estar muy tranquila con Rajoy presidente” declaró en La Vanguardia el 6 de marzo pasado) lo que representa un activo más de su personalidad para evitar que los “choques de trenes” y las “fracturas constitucionales” anunciadas terminen por producirse en una España en la que existe una sensación -otra vez en nuestra historia- de fracaso colectivo del que catalanes radicales (ERC) y vascos nacionalistas (PNV) pretenden distanciarse, como ayer también pudo observarse con nitidez en el Congreso de los Diputados a través de la ridícula salida secesionista de los unos y la no votación de los otros, favorecida, eso sí, por el pésimo procedimiento empleado en la reforma constitucional que Rosa Díez calificó acertadamente de “expropiación democrática”.
Por lo demás, a nadie ha engañado el presidente del PP, ni ha ocultado sus intenciones para cuando alcance el Gobierno. “El plan Cameron da confianza; yo haría algo similar en España”, declaró al diario El País el 31 de octubre de 2010. ¿No se contienen en esa afirmación las células madre de su programa? ¿Acaso el programa de austeridad de Dolores de Cospedal no es suficientemente expresivo, más aún cuando Rajoy lo apoya de manera expresa? Zaherir al PP y a su presidente con las chirigotas propias de los mítines de la izquierda (“está acostado fumándose un puro”; “calla, luego no existe” y otras de parecido jaez, a veces celebradas por afectos a la derecha claramente inmoderada) ha sido un ejercicio entre frívolo, falso y cruel que se ha vuelto en contra de sus emisores.
Rajoy está lejos -como todos los políticos- de cualquier dechado de virtudes, pero es estúpido negarle las que posee y rácano regatearle el elogio a los logros de una estrategia mal entendida como propia de un perdedor que, paradójicamente para algunos, va a dar el triunfo electoral al PP y que ha sumido al PSOE en la peor de sus crisis, seguramente más aguda y profunda que la de 1996. Una de las claves de este éxito ha consistido en su moderantismo y un rasgo temperamental interesante: cuando se enfada, no habla. Ahí está la interpretación de sus célebres silencio

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