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La Batalla de Madrid

Un arrozal a las afueras de Hanoi (Reuters)

A la entrada de los túneles de Vinh Moc, los claustrofóbicos pasadizos subterráneos construidos a pico y pala por el Vietcong como base militar y logística al pie del paralelo 17 que separaba el Norte y el Sur de Vietnam, el visitante se topa inevitablemente con un pobre oligofrénico, una especie de tonto de pueblo que es presentado por los guías como “uno de los 17 niños que nacieron en la maternidad” de esos túneles y en las condiciones que son de imaginar. El pobre hombre se dedica a seguir jubiloso al turista que se atreve a penetrar en las entrañas agobiantes de la tierra y a despedirle a la salida con una amplia, angelical sonrisa, y uno tiene la impresión de que la terrible guerra de Vietnam que marcó nuestra juventud se ha convertido hoy, por mor de quienes la ganaron, en una especie de feria de muestras, un reclamo turístico vacío de contenido. Para quienes tan intensamente vivimos aquel conflicto, conocer Saigón (hoy malamente bautizada como Ciudad Ho Chi Minh) tiene algo de viaje iniciático, de peregrinación a las fuentes de un pasado no por terrible menos idealizado con el paso del tiempo.
Sentarse frente al jardín donde se erguía la demolida embajada americana en la capital sudvietnamita, pegada al edificio que hoy alberga el consulado USA, resulta una extraña experiencia. A la luz cristaliza del atardecer es fácil volver a escuchar el ajetreo de los helicópteros que desde su terraza trasladaban al personal civil y militar yanqui a los buques anclados en el mar de la China; fácil volver a imaginar a un cariacontecido embajador Martin embarcando en el último de los aparatos con la bandera de las barras y estrellas plegada bajo el brazo, mientras miles de vietnamitas anticomunistas y/o colaboradores del régimen militar del Sur pugnaban por saltar la valla que rodeaba la finca con la esperanza de alcanzar en la azotea la sombra del último helicóptero. La misma sensación frente al cercano palacio presidencial, sede del que fue Gobierno de la República de Vietnam del Sur, cuyas elegantes verjas de hierro fueron holladas por los tanques del PAVN en la mañana del 30 de abril de 1975, caída de Saigón. El Régimen comunista lo ha conservado intacto, tal cual aparece en las muchas películas que Hollywood parió sobre el conflicto, habiéndose limitado a rebautizarlo como “Palacio de la Reunificación”. Ahí parecen acabar todas las referencias (incluido el vecino y paupérrimo War Crimes Museum) a una guerra de la que la mayoría de la población vietnamita solo ha oído hablar por cuentos a la luz de la lumbre y, naturalmente, en los libros de texto.
Los jerifaltes de la República Socialista de Vietnam están hoy más preocupados por los negocios que por la ideología. Férreo control del poder político a través del partido único y business as usual. El hijo del presidente Tan Dung dirige en la isla de Catba, la mayor de la bahía de Halong, sin duda uno de los escenarios naturales más hermosos del planeta, una macro urbanización luxury total, con marina estilo Montecarlo incluida. Los comunistas somos así: to pal pueblo. De modo que el pueblo se muestra ante el visitante entregado a la lucha por la vida, pasando de política, de consignas y de partido único. Con un tercio menos de territorio que España, Vietnam está hoy poblado por 89 millones de personas, el 67% de las cuales tiene menos de 30 años, pirámide de población que convierte en un espectáculo un simple paseo por cualquier calle de Hanoi, Danang o Saigón. El país sigue siendo muy pobre (80 euros salario medio mensual en la ciudad), pero la sensación de actividad, de ritmo frenético, de ganas de abrirse paso y ganarse la vida que se advierten por doquier resultan apabullantes. A las 5 de la mañana comienza a amanecer y a las 6 cualquier calle del país está invadida por un ejército abigarrado de motocicletas japonesas de baja cilindrada que se mueven sin discos en los cruces, sin guardias de tráfico, en un universo de caos y cláxones que deja perplejo al occidental. Sin policía visible en la calle, el vietnamita goza de total libertad para luchar por la vida y lo hace a cara de perro desde al alba al anochecer. Todo el mundo vende algo, todo el mundo tiene algo que ofrecer, desde una sonrisa hasta una simple botella de agua, todos algo que esperar de un futuro que se adivina vivo.
Del boom asiático al declive europeo
Partiendo desde bases muy pobres, con casi todo por hacer en materia de infraestructuras, Vietnam es uno de los países con mayor crecimiento económico del mundo -su PIB se mueve en cifras anuales cercanas al 10%-, llamado a convertirse en una década en una gran potencia económica, demográfica y cultural. País dominado por la misma sensación de febril actividad que un servidor puso advertir hace un par de veranos en China. A las 6 de la mañana, mientras Saigón, con sus 8 millones de habitantes, hierve en una caldera de imparable frenesí, Berlín, París o Madrid duermen plácidamente. El centro del mundo se ha desplazado dramáticamente a Asia, pero en Europa no nos hemos enterado o hemos decidido dar la espalda a esa inquietante realidad. Esta semana, el escritor y economista francés Jacques Attali decía en un diario madrileño que “Europa camina hacia su declive”. Falso. Hace tiempo que lo está, metida en una deriva de insignificancia que paulatinamente le hace perder peso en el mundo. Decididos a seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades, parapetados tras unos Estados del Bienestar imposibles de financiar, acomodaticios y burgueses, vagos de solemnidad, Europa lleva camino de convertirse en un gran parque temático para asiáticos ricos, gente que puntualmente viajará al viejo continente para escuchar música en Salzburgo (lleno ya este verano de chinos opulentos), tomar daiquiris en el Hemingway Bar del hotel Ritz de la parisina plaza Vendôme, y contemplar atardeceres desde La Alhambra de Granada. Todo parece aquí finiquitado, fundido, muerto. Todo atado y bien atado y en manos de los de siempre. Con las cartas bien repartidas por las elites económico-financieras, siempre en santa alianza con Gobiernos parásitos, el único futuro abierto a las generaciones de jóvenes europeos inteligentes y bien preparadas es emigrar y cambiar de continente.


El espectáculo es particularmente deprimente en países del sur de Europa que, carentes de tradición democrática, se han dado al voto bobo en favor de personajes tan atrabiliarios como Berlusconi en Italia o tan mediocres como Rodríguez Zapatero en España o José Sócrates en Portugal, tipos que han sabido encajar perfectamente en el molde de las sociedades narcotizadas, de brazos cruzados, dispuestas solo a pensar en la caña de cerveza y en el fin de semana, en que vivimos. Mientras un servidor regresaba del sudeste asiático francamente impactado por lo allí visto, el presidente español visitaba la zona para vender humo. A ZP le han preparado unas vacaciones pagadas por Asia, porque no de otra forma cabe interpretar esa actitud de permanente galbana exhibida en los telediarios con la sonrisa floja a flor de piel, esa sensación de vacío, de hombre impostado que no se entera de nada porque en el fondo nada que no sea su propio corralito le interesa. Hablar de la española y la japonesa como de dos economías de éxito en un país, Japón, que lleva 20 años sin crecer, es un disparate propio de un charlatán indocumentado. El mismo día en que le sentaban con esa especie de reliquia o antigualla que es el emperador Akihito, la multinacional Sony anunciaba su marcha de España, dato revelador de la incompetencia global de nuestra Administración y de la falta de respeto que España sufre hoy aquí y allá, porque una putada de esa clase no se le puede hacer a un presidente de Gobierno que se vista por los pies: señores de Sony, anúncielo ustedes dentro de 10 días, pero no cuando ese presidente está de viaje oficial en Tokio.
El futuro político inmediato se juega en Madrid
Zapatero ha viajado dizque a buscar capital asiático dispuesto a invertir en España, cuando debería empezar por convencer a los propios capitales españoles para que lo hagan y repatríen las ingentes sumas que han puesto pies en polvorosa en los últimos tiempos, ante el desbarajuste político, económico y jurídico –de inseguridad jurídica- que es hoy España. Por desgracia, esa sensación de liviandad que el personaje produce cuando se asoma al exterior, capaz de causar sonrojo, cuando no vergüenza ajena, en cualquier español viajado, se traduce en calculada agudeza, si no pura maldad, cuando de los asuntos internos se trata. Dos operaciones han marcado agosto: las negociaciones con el PNV en torno a los PGE de 2011, y la exhibición de entreguismo, pantalones fuera, ofrecida en materia de política exterior ante el sultán de Marruecos. Especial gravedad reviste el primer caso, porque de nuevo viene a ratificar lo que es una constante en la conducta política del bergante: su determinación de hipotecar hasta la última de las joyas de la abuela con tal de seguir en el machito. Para no adelantar elecciones, que es lo que el sentido común y un cierto patriotismo reclaman en este momento, el personaje está dispuesto a reducir a cenizas un experimento tan valioso como el Gobierno de coalición en el País Vasco entre PSE y PP, que por primera vez ha extendido una cierta ilusión de pluralismo y libertad en ese territorio.
Dispuesto a seguir utilizando el aparato del Estado para mantener en jaque al partido de Mariano Rajoy, ZP ha decidido reñir la gran batalla de su futuro político personal en la capital del Reino. Es la nueva Batalla de Madrid, casi 75 años después de aquella otra que a sangre y fuego enfrentó a rojos y azules por su control. Lo que se está cociendo en las sentinas madrileñas del PSOE es mucho más importante, por eso, que el simple dato de saber quién competirá con Esperanza Aguirre por la presidencia de esa Comunidad. Y si el futuro de Patxi López en Euzkadi es color de hormiga, no es más claro el de Tomás Gómez en Madrid. Por grande que sea su entusiasmo, el apparatchik terminará por laminarlo, acusándolo de ladrón, pederasta o ambas cosas si preciso fuere. Bajo la eficaz dirección de José Blanco y Alfredo P. Rubalcaba, que dirigen la orquesta en la sombra, el de León ha optado por jugar fuerte para conquistar Madrid y asegurarse una nueva reelección. Sí, el señorito ha decidido ya volver a presentarse en 2012, si no es antes. Como me dijo un día uno de sus advisers: “¿Es que tiene algo mejor que hacer…?”. Por contra, la obligación de los españoles sensatos, ahora más que nunca, es desalojarlo cuanto antes del poder, siquiera por una cuestión de higiene democrática. No estaría mal que la operación la encabezara el propio PSOE, o lo que en él quede hoy de sano y cuerdo. ¡Mucho ánimo, señor Gómez! . Autor Jesús Cacho. El confidencial

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