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Recuperar las reglas de juego

Publicado por Antonio Fidalgo Martín

La sociedad civil es la sede donde se forman, especialmente en los períodos de crisis institucional, los poderes que tienden a obtener su legitimidad incluso en detrimento de los poderes legítimos, donde, en otras palabras, se desarrollan los procesos de deslegitimación y de relegitimación. De aquí la frecuente afirmación de que la solución de una crisis grave que amenaza la sobrevivencia de un sistema político debe buscarse ante todo en la sociedad civil, donde pueden encontrarse fuentes de legitimación, y por tanto nuevos espacios de consenso”. Norberto Bobbio. Estado, gobierno y sociedad.

A veces es bueno pararse a pensar, en medio de la vorágine que nos ha tocado vivir, cuál es el fundamento de nuestra sociedad y dónde se forjó todo. Claro está que para muchos no vivimos en ninguna vorágine y que la tragedia en la que viven millones de nuestros compatriotas no es más que consecuencia de las “reglas” ya escritas por el destino. Por supuesto, quien así habla es porque se cree afortunado dentro de ese mundo.

No hay que volver a ningún “estado mítico” que diera origen y fundara nuestra sociedad; es todo más sencillo, mucho más sencillo. Todo depende de nosotros y somos nosotros quienes “creamos” las reglas de juego. Si jugamos con las “cartas” marcadas, para ganar, sólo queremos legitimar dicha ganancia con un pretendido estado mítico en el cual, por supuesto, nos consideramos “elegidos”; el “para qué” es lo de menos, lo importante es que vivimos a costa de los demás porque “hacemos trampas”.

Hemos de “volver” a los fundamentos de nuestro “occidente”, el tan denostado occidente al que consideramos “alejado” de “ese estado mítico” que, pretendidamente, nos favorece; hemos de volver a ese fundamento para intentar poner, desde ahí, un poco de “mesura” y así recuperar la justicia y la equidad hacia nuestros semejantes.

Lo que llamamos “sociedad civil” no es más que el esfuerzo hecho por las personas para forjar la propia sociedad y su propio destino, al margen de otras personas que se consideran superiores, y por lo tanto al margen, de sus conciudadanos.

Si nos situamos en los albores de nuestro occidente, una vez desaparecido el llamado “Imperio Romano”, tenemos que son tres los estamentos que ocupan el “espacio social” y cada uno de ellos pretende “imponerse”, desde el poder, a los demás. Aparece el “feudo”, con el señor feudal a la cabeza, el cual quiere que todos sean sus “siervos”; quizás, en su “fuero interno” pretenda ser el continuador de aquel “señor” que dominaba la “casa” en la antigua Roma y en la cual se fundaba la “familia”. Como estamos en los “albores” de nuestra cultura occidental, frente a él está la “cité”, la “ciudad”, al frente de la cual está el “obispo” y sus sacerdotes: es el “lugar sagrado” y se postula como “distinto” al señor feudal; de aquí va a nacer el “ciudadano”, cargado con todos los tintes “religiosos” que queramos, y que se va a revitalizar con Rousseau siglos más tarde; por eso vemos la importancia que tiene.

Se ha pretendido reducir tanto la historia como la sociedad a una pugna entre estos dos tipos: ambos apelan a un “carácter” religioso ajeno a este mundo y ajeno a la propia sociedad, y ambos han dado a dos sistemas políticos no muy ajenos entre sí: el “cesaropapismo” y la “teocracia”. La diferencia entre ambos era mínima, pues hasta su misma ubicación es ajena al lugar donde viven las personas que trabajan y que luchan cada día.

Frente a esos dos estamentos está la “villa” o el “burgo”; aún quedan entre nosotros la connotación negativa hasta en el lenguaje: decimos “villano” para referirnos a un personaje “bajo” moralmente; o decimos “burgués” para indicar una persona que “oprime” económicamente a otra: ambos, en este lenguaje, son personajes sin escrúpulos. Sin embargo, el “personaje” al que le hemos dado todo el carácter moral es al “ciudadano”, que es el del “carácter religioso” por excelencia, cargándolo de toda significación “buena” y el que puede sacarnos de este atolladero porque es “obediente” al sistema, al frente del cual está el “jefe religioso”. Y si hemos entrado en esta crisis es porque nos hemos “alejado” de la obediencia debida: vemos que estamos en ese “estado mítico” del que hablé al principio.

Pero debemos dejar cualquier connotación moral a la hora de analizar el sistema no sólo en el que queremos vivir sino que nos puede sacar de la crisis: este sistema es el de analizar los problemas como personas libres, puesto que dependen de nosotros; y si han “surgido” los problemas y la crisis es porque hemos “delegado” la responsabilidad o bien en el “señor feudal” o bien en el “jefe religioso de la cité”. El hombre del “burgo”, la persona de la “villa” es el dueño tanto de su trabajo como de las instituciones que en dicho lugar se fundan. Esta es la “sociedad civil”. Desde los gremios, hasta las empresas, pasando por los bancos y el sistema financiero y desembocando en el sistema de normas y leyes “elegido por ellos y para ellos”, o sea, el parlamento y los Ayuntamientos; todo eso, digo, es lo que forma la “sociedad civil”.

Herederos de nuestra tradición occidental, debemos “recuperar” las reglas de juego que crearon nuestra cultura, que dieron prosperidad a nuestros antepasados y que permitieron que nosotros pudiéramos acceder a un grado de bienestar que, los que ostentan el poder por fijarse en otros fundamentos, estamos perdiendo y que pueden perder nuestros hijos.

Las consecuencias ya las están sufriendo muchísimas personas que además forman parte de la sociedad civil, la cual es incapaz, dado el cambio de reglas de juego, de darse normas a sí misma. Si recuperamos las reglas de juego instauradas ya en nuestras costumbres es probable que recuperemos el grado de bienestar que los tiempos y las circunstancias, que no dependen de ningún destino sino de nuestra voluntad, nos brindan. Vivimos “en” las circunstancias porque las forjamos nosotros y por ello mismo somos libres: este es el contexto del “burgo” y de la “villa”; en absoluto lo es del “feudo” ni de la “cité”.

Antonio Fidalgo Martín Secretario de Cultura del CDS.

Criterio Liberal. Diario de opinión Libre.

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