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El cerebro y el músculo

Jesús Cacho - 12/09/2010

La de Jesús Barderas es sin duda la historia de un triunfador. Desde el modesto puesto que en los ochenta, bajo el primer Gobierno González, ocupara en el Banco Exterior de España (luego Argentaria) como jefe del gabinete técnico, Barderas se ha convertido en lo que en Centroamérica y el Caribe llaman un “magnate”. Hombre de confianza que fue de Enrique Sarasola, es uno de los mejores amigos del mexicano Carlos Slim, como lo es su socio Abraham Hazoury, y su íntimo amigo, Felipe González. Empresario hotelero, copropietario de Aerodom, firma que gestiona seis aeropuertos en República Dominicana, y presidente también de un tal Centro Energético de Las Américas en Panamá, entre otras cosas, “todo el que llega a Dominicana tiene que ir allá”, es decir, pasar por el casoplón de Barderas en la lujosa urbanización La Romana. “Él sabe que yo no le voy a dar dinero; eso que se lo busque por otro lado”, aclaraba hace unos años a un español que visitó sus dominios, “pero sabe también que a mi casa puede venir cuantas veces quiera y vivir a cuerpo de rey, y además hacerlo en su propia habitación, reservada en exclusiva para él…”. Y, en efecto, el visitante pudo comprobar cómo encima de la suite reservada al ex presidente socialista figuraba taxativo un letrero que decía "Felipe”. “Y lo que vale para Felipe vale para Trini, que como sabes es su mejor amiga y que también viene mucho por aquí…”.

No se conoce el papel jugado por González en el súbito salto a la fama protagonizado por su amiga Trinidad Jiménez, todavía ministra de Sanidad, convertida ahora en “chica Zapatero” como antes lo fue de Felipe, mujer for all seasons, muñeca de quita y pon, aunque es obvio que el ex presidente debe andar entre los pucheros de una cocina cuyo chef, Alfredo Pérez Rubalcaba (APR), la conexión entre Zapatero y el tardofelipismo, es el director de la orquesta, más bien del dúo de violines, que parece haberse adueñado del poder en el Gobierno y en el PSOE y que hoy dirige en la sombra la nueva “Batalla de Madrid” que libran contra el secretario general del Partido Socialista de Madrid (PSM), Tomás Gómez: el formado por el ministro de Fomento y vicesecretario general, José Blanco, y el propio ministro del Interior, el citado Rubalcaba. Operación de altos vuelos que estos días acapara los conciliábulos del universo socialista, pero cuya dimensión real se desconoce: ¿maquinación para controlar el partido y repartírselo cuando ocurra lo que el malvado Joaquín Leguina denomina “el óbito”, o diseño cortoplacista de un golpe de mano capaz de precipitar la caída de Zapatero en caso de que la situación política y/o económica se torne tan desesperada que lo haga imprescindible?

Varias concausas han venido a consolidar en el tiempo una alianza de conveniencia que años atrás, vistos los perfiles de ambos personajes, muchos hubieran considerado contra natura. Desde su puesto de mando en Ferraz, José Blanco nunca aceptó a Gómez como secretario general del PSM, una decisión personal de Zapatero que buscaba a alguien que ya se hubiera batido el cobre en las urnas, tal que en Parla (Madrid), para oponer a Esperanza Aguirre. En esencia, porque Blanco tenía su propio candidato (lo sigue siendo), que como todo el mundo sabe en el PSOE no era otro que Antonio Hernando, actual secretario general de Política Municipal del partido. Lo que no se ha contado estos días es que Hernando era un hombre criado a los pechos de José Luis Balbás y Eduardo Tamayo, responsables del famoso tamayazo que en junio de 2003 frustró la victoria de los socialistas en las autonómicas de Madrid. Para Gómez y su gente resultó inaceptable que Blanco pretendiera colocar al frente del partido en la CC.AA. a un hombre contaminado por aquel escándalo, cosa normal, por otra parte, si se tiene en cuenta que el Blanco recién llegado a la capital desde Lugo se había apoyado en la corriente “Renovadores por la Base” del citado Balbás. El episodio marcó la pauta de una animadversión personal que el lucense no ha ocultado nunca. Desde entonces, las maniobras de desestabilización contra Gómez se han sucedido sin interrupción, siempre por persona interpuesta generalmente ligada al antiguo secretario general de la FSM, Rafael Simancas.

Tomás Gómez pone en solfa el control del PSOE por Blanco

Controlar el PSM es asunto de capital importancia para un vicesecretario general con aspiraciones, más o menos subliminales, a suceder al propio Zapatero. La negativa de Gómez a dejarse fusilar al amanecer contra la tapia de un cementerio equivale, por eso, a una enmienda a la totalidad del poder de Blanco sobre el partido. Al contrario, lo ocurrido apunta a que el hombre fuerte del PSOE no controla la organización o no del todo, de modo que aquí y allá pueden surgir militantes dispuestos a desafiar su poder en Comunidades y Ayuntamientos. “Pepiño no mete miedo”, grave constatación para quien aspira a controlarlo todo. Y mientras Blanco intenta descabalgar a Gómez sacando de la chistera el conejo de Trini para la Comunidad de Madrid, APR completa la operación promocionando a su íntimo amigo -desde los tiempos en que compartían pupitre en el madrileño Colegio del Pilar- Jaime Lissavetzky, 59, actual secretario de Estado para el Deporte, algo que sin duda constituye un acto de crueldad por parte de Don Alfredo, que no de otra forma cabe calificar la iniciativa de enviar a un amigo a una derrota segura a manos de Alberto Ruiz-Gallardón, sobre todo si tenemos en cuenta que no hay mejor candidato para el socialismo madrileño que un hombre –un “falangista de derechas”, como en su día lo definiera su propio padre- capaz a la vez de militar en el PP y cohabitar en el PSOE.

La erosión de la figura de ZP otorga a la operación Blanco- Rubalcaba una dimensión trascendental: toca empezar a pensar en el postzapaterismo

Por curioso que pueda parecer, entre Blanco y Rubalcaba ha existido siempre una notable sintonía. En el momento álgido del Congreso que en julio de 2000 encumbró a la secretaría general del PSOE a un hombre de tan limitadas capacidades como Zapatero, a Rubalcaba le cogió en la trinchera equivocada, la de José Bono, a quien apoyaba, inexplicable fallo en quien se ha ganado a pulso el apelativo de “Fouché hispano”. Del bando de los perdedores lo rescató precisamente Blanco, que primero le dio un despacho en Ferraz y después se lo vendió empaquetado y con lazo a ZP. Del mismo modo, cuando, después del tamayazo, el de Fomento quedó seriamente tocado -el presidente comprobó que Tamayo se había paseado por Ferraz como Pedro por su casa- y a punto de ser decapitado, fue Rubalcaba quien lo sostuvo evitando su caída en desgracia. De la mano de APR, Blanco ha podido enlazar y contar con los favores de Juan Luis Cebrián y su grupo mediático. La SER es hoy el brazo armado del de Fomento en su batalla contra Gómez. Identificación total, pues, que en buena lógica ha conocido momentos mejores y peores.

Ocurrió, sin embargo, que mientras el guiso Gómez se cocinaba a fuego lento durante la primavera pasada, utilizando como ariete una encuesta que nadie parece haber visto, obra de Ignacio Nacho Varela -el hombre que redacta los discursos de Blanco y al que éste intentó premiar con un consejo en Iberia, en contra, de nuevo, del criterio de Gómez, que colocó en el puesto a Javier Gómez Navarro-, que el entramado de cartón piedra levantado en torno a la figura de ese "estadista" llamado Rodriguez Zapatero se vino abajo con estrépito por culpa de una crisis que a punto estuvo de dar con España en la suspensión de pagos. Los socios europeos imponen al “estadista” un duro ajuste que viene a significar un giro radical en las políticas que había venido predicando desde 2004. Y de repente, la erosión de la figura de ZP y su percepción pública como un puro desastre otorga a la operación Blanco-Rubalcaba una dimensión nueva y trascendental: era obligado empezar a pensar en el postzapaterismo. Más que nunca, pues, era importante controlar el aparato del partido en Madrid.

Rubalcaba, 'capo di tutti capi'

Estamos ante “un tándem consolidado y a todos los efectos”, en palabras de un destacado militante socialista. Un dúo que aspira a todo, con los papeles muy repartidos. Ambos comparten los mismos escoltas: Nacho Varela, un hombre de Alfredo que ahora vive en el entorno de Blanco, ha traído de la mano a Teófilo Serrano, presidente de Renfe, que fue su colega en las batallas de la FSM; del mismo equipo de José Enrique Serrano, el influyente jefe de gabinete de Zapatero, y así sucesivamente. Rubalcaba, 59, aparece cual indiscutible capo di tutti capi, como candidato a sustituir a Zapatero (como ayer escribía en este diario J.A. Zarzalejos) si es que su mala salud de hierro se lo permite, mientras que Blanco, 48, un hombre de indudable talento natural a pesar de no contar con título universitario, es el encargado de controlar el partido con mano férrea. Es la alianza entre el cerebro y el músculo. Como en la película de Meyers, Tú a Londres y yo a California. La falta de arraigo de APR en el PSOE (ha sido diputado por varias provincias, sin echar raíces en ninguna) es suplida por la fuerza organizativa del lucense.

¿Están ambos dispuestos a precipitar la caída de ZP antes de tiempo? Nadie lo sabe, aunque es dudoso que así sea. Lo que sí parece claro es su disposición a tomar el poder en cuanto tire la toalla o sufra una derrota en las urnas. La alianza se encuentra ahora mismo al borde del ataque de nervios. Y no porque un Zapatero agobiado en muy diversos frentes esté al corriente de lo que maquinan, sino porque son conscientes de que pueden perder la nueva “Batalla de Madrid”. En el partido cobra fuerza la idea de que el ex alcalde de Parla podría, ahora sí, resultar un enemigo mucho más peligroso para Aguirre que una Trini de diseño. De ahí que se hayan lanzado a defender su operación con más ahínco que nunca, con un nerviosismo rayano en la desesperación. Si pierden este pulso, todo se vendrá abajo como un castillo de naipes. De ahí, también, el tono intimidatorio exhibido por Rubalcaba contra Gómez. Remedando la famosa frase que Michael Corleone pronuncia en El Padrino, “le hicimos una oferta que no podía rechazar”. Gómez la rechazó, sin embargo, y esa negativa “tendrá consecuencias” (APR dixit). Vale otra frase del mismo Corleone: “no es nada personal, Sonny; son sólo negocios”. En el fondo, a Tomás lo quieren matar por socialista, hasta el punto de que imaginarlo ganador de esta pelea se antoja un milagro. The beauty of the thing, con todo, es que ahora mismo el dúo de la bencina desliza por las esquinas, como máxima acusación contra el de Parla, que “Gómez quiere sustituir a Zapatero”, una afirmación que en psicología freudiana tiene un nombre.

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