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LAS RECETAS DEL MINISTRO CORBACHO PARA REDUCIR EL DESEMPLEO

Agárrenme a ese parado

Agárrenme a ese parado

El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho (Efe) @Carlos Fonseca.- 29/08/2010 (06:00h)

Ha dicho el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que hay mucho parado que no trabaja porque no quiere. No lo ha expresado así exactamente, sino de esa forma más educada que tienen algunos políticos de disfrazar la realidad con eufemismos. Ya no se despide, se “amortizan” puestos de trabajo, y eso de abaratar el despido es un cuento, se trata de “flexibilizar” el mercado laboral; pero en román paladino es como les cuento.

El ministro del “de ninguna de las maneras llegaremos a los 4 millones de parados” (RNE, 8 de enero de 2009) tiene ya 4.645.500, según datos de la página web de su departamento actualizadas a 10 de agosto, y quiere rebajar la cifra apretando las clavijas a los desempleados (no repito parado para no ser redundante). Hace unos días dijo, con esa manera tan suya que no sabes si está haciendo una reflexión, una propuesta o lanzando un globo sonda, que los parados que se nieguen a hacer cursos de formación trascurrido un mes de gracia desde que cobran la prestación, antes era de cien días, serán sancionados y podrán perder la misma.

Muchos entendimos que la advertencia iba dirigida también a los parados que no acepten las ofertas de trabajo de las oficinas de empleo. Así lo dijo el propio ministro el pasado día 8 en Barcelona: “si a un parado no le interesa nada de lo que le ofrece la Administración, a partir de ese momento no puede continuar manteniendo el derecho a percibir la prestación por desempleo”. Afortunadamente, el proyecto de ley que el pasado miércoles pasó el examen del Senado no contempla esta posibilidad, pero todo se andará.

Celestino Corbacho ha explicado que estas medidas, la que les acabo de contar y la reforma laboral toda ella, se adoptan porque estamos saliendo del túnel de la recesión y ya se aprecian los primero síntomas de recuperación económica que, sin embargo, no se va a traducir a corto ni medio plazo en la creación de puestos de trabajo. Paciencia. Ayudaría a ello el ministro dijera a los ciudadanos, y sobre todo a los parados a los que tanto azuza, cuántos años estima que van a ser necesarios para que la actual tasa del 20,09% se reduzca hasta el nivel que había cuando comenzó la desaceleración-crisis-recesión.

Debería explicar el ministro qué tipo de cursos y de ofertas de trabajo se están ofertando a quienes lo rechazan. ¿Qué se está ofreciendo desde las oficinas de empleo a un parado de alta cualificación (ingeniero, médico, arquitecto…)? ¿Y a un recién licenciado que pretende abrirse camino en la profesión para la que se ha formado durante años? ¿Están unos y otros obligados a aceptar cursos que no tengan que ver con sus estudios? ¿Qué cursos, de qué tipo y cuántas plazas hay ofertadas en este momento para ellos y para los trabajadores sin formación? ¿Qué oportunidades de reinserción laboral se ofrecen a los trabajadores en torno a los 50 años que han perdido el trabajo? Si no los contrata nadie ¿pueden quedarse sin pensión por no cotizar los quince, en breve veinte, últimos años de su vida laboral, aunque lo hayan hecho durante otros muchos antes? Las competencias de trabajo están transferidas a las comunidades autónomas, pero quiero suponer que algún dato tendrá el ministro cuando carga tanto las tintas en este asunto.

Sugerir, como hace el ministro, que hay parados que lo son por propia voluntad, que si no trabajan es porque no quieren y prefieren vivir de la sopa boba del Estado, es una falta de respeto. Que diga si hay muchos casos de este tipo entre el millón largo de familias en las que ninguno de sus miembros tiene trabajo, o entre los perceptores del subsidio de 426 euros que agotaron la prestación sin encontrar empleo, porque el único dato objetivo es que en 2009 se retiraron 1.456 prestaciones (2,6 millones de personas cobraban el paro), y de enero a abril del presente 3.353. Que se persiga el fraude, insignificante en comparación con las cifras de perceptores de algún tipo de prestación, pero que no se señale a todos con el dedo.

Tras las cifras, dramas personales

No pretendo hacer demagogia, pero habrá que repetir las veces que haga falta que tras las cifras hay personas con nombres y apellidos que arrastran un drama personal. Los datos macroeconómicos no se ocupan de ellas, pero con ellos en la mano el Gobierno asegura que estamos saliendo del túnel. Seguro que todos no.

La explicación que han dado los sindicatos a este afán “educador” del ministro es muy plausible: los parados inscritos en los cursos de formación no cuentan como tales en la estadística oficial. Vamos, que baja el paro. Una manera de maquillar unas cifras que nadie sabe cuándo tocarán techo, y mucho menos cuando empezarán a disminuir. Y otro dato más que no quiero que se me olvide: el 25% de los ocupados lo son con contratos temporales, aquellos que se inventaron para incentivar el empleo y que no han hecho otra cosa que precarizarlo.

De la reforma laboral que el miércoles salió del Senado de regreso al Congreso, donde se votará, y se aprobará, el próximo 9 de septiembre, está todo dicho: universalización del despido de 33 días en lugar de 45 actuales, que se reducen a 20 si la empresa prevé que puede tener pérdidas o caen sus ingresos; facilitar a las empresas que puedan “descolgarse” de las subidas pactadas en los convenios sectoriales si tienen problemas económicos; flexibilidad interna que permita a los empresarios cambios de horarios, de jornada, de turnos, etcétera, etcétera de sus trabajadores. Los parados lo tienen muy mal, pero quienes tienen trabajo tampoco lo van a tener fácil.

Les cuento un chiste que viene al pelo: un enfermo en silla de ruedas sube trabajosamente camino de la cueva donde se venera a la Virgen de Lourdes, y mientras lo hace va entonando su plegaria: "Virgencita, que pueda volver a andar; que encuentre a una buena mujer con la que casarme; que consiga un buen trabajo". De pronto, escucha un ruido y comprueba que se ha roto el freno de su silla y se precipita de espaldas cuesta abajo a toda velocidad, y suplica en voz alta: “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Pues eso, que nos quedemos como estamos.

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