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De ‘Pepiño’ Blanco a Don José, un ministro en las alturas

Federico Quevedo - 07/08/2010

Hace unas semanas, el ministro de Fomento, José Blanco, se acercó hasta Villagarcía de Arosa para inaugurar las obras de la vía rápida que une esta localidad con la de Sanxenxo. Blanco llegaba ufano y feliz: estaba en su tierra, y la vía rápida que permite ‘esquivar’ Villagarcía para llegar a la Comarca del Salnés sin sufrir los atascos y embotellamientos de esa ciudad era una obra reclamada por todos.

Pero no era eso lo que más feliz hacía al ministro, por muchos esfuerzos que exteriorice para congraciarse con el electorado de su Galicia natal. No. Lo que de verdad tenía al ministro más contento que unas pascuas era que el alcalde de la Illa de Arousa, invitado al acto como también lo estaba el de la cercana Vilanova -que no fue en protesta porque los carteles de la vía no indican que ésta pasa por su municipio-, le iba a llevar algo que el titular de Fomento apreciaba y aprecia mucho: las llaves de su apartamento en Villa PSOE. Por fin iba a poder Blanco estrenar este verano su ‘precioso’ ático que tantos sudores y esfuerzos le ha costado, y también tantos árboles y tanto entorno natural sacudido como por un terremoto por el efecto imparable de las máquinas que haciendo caso omiso de la Ley de Costas han puesto al ministro a pie de playa.

Pues bien, Blanco ya tiene sus llaves y su ático gracias a los oficios del alcalde socialista de la isla, que además de regidor municipal debe hacer las veces de casero del ministro, y los españoles tenemos un ministro dispuesto a amargarnos las vacaciones haciéndose el héroe frente a los controladores aéreos a los que ha convertido en los malos malísimos de esta película.

Lavado de imagen

¿Quién es este hombre que, a falta de que los controladores acepten o no el arbitraje ofrecido por AENA, tiene al país con el corazón en un puño? El hoy ministro de Fomento, don José Blanco, nació en Lugo y, francamente, de sus gestas de entonces se conoce bien poco, por no decir nada. Mal estudiante, no consiguió acabar la carrera y dicen quienes le conocen que entró en el PSOE gallego “para medrar”. Lo cierto es que lo que le faltó para culminar sus estudios le sobró, sin embargo, para irse haciendo un hueco en un partido en el que se le conocía como Blanquito y en el que, sin embargo, acabó logrando cierto reconocimiento. Agudeza visual en lo que a la política se refiere, no le falta, y eso le hizo apostar por José Luis Rodríguez Zapatero en aquel Congreso en el que sin que nadie lo esperara y contra todo pronóstico, un grupo de mediocres y políticos de poca monta, con Rodríguez a la cabeza, se inventaron aquello de la Nueva Vía emulando a Tony Blair -¡qué lejos están unos de otros!- y se alzaron con el triunfo frente a los supuestamente listos de la clase liderados por José Bono.

Blanco se encontraba entre ese grupo de dirigentes de escasa profundidad intelectual e ideológica y absolutamente vacíos de ideas y de principios y, vaya por Dios, Blanquito se encuentra de golpe y porrazo dirigiendo los destinos del partido como Secretario de Organización. Como ‘número dos’ de Rodríguez se labra una imagen de político sectario y odioso mientras su jefe hace el supuesto papel de bueno de la película, y cuando en recompensa por los servicios prestados lo asciende a los altares de la Vicesecretaría General del PSOE y el Ministerio de Fomento, Pepiño decide darse un lavado de imagen.

Y, en efecto, lo fue consiguiendo a base de mejorar lo que su antecesora, Maleni Álvarez, había hundido en lo más profundo del pozo del desprestigio, el sectarismo y la intolerancia. Se dedicó a repartir promesas de inversión pública allá por donde iba, incluidas las comunidades del PP y de ahí la buena relación que mantiene con Esperanza Aguirre, y en eso hay que alabarle a don José la habilidad. Ha sabido hacerlo, sin duda alguna, y ha conseguido dulcificar la imagen de político correoso y hostil que se tenía de él. Es más, dicen que en la distancia corta gana mucho y resulta hasta afable, aunque no sé yo si se trata todo de una pose, que ya saben ustedes que en esto de la política cada vez influye más ser un buen actor en detrimento de tener ideas y programas.

¿Por qué este lavado de imagen? Pues quienes le conocen aseguran que Blanco tiene dos aspiraciones, por este orden, ser el sustituto de Rodríguez Zapatero si este acaba renunciando a ser el candidato del PSOE en las próximas generales y, en segundo lugar y en caso de no salir adelante la primera opción -cosa bastante probable-, pelear por la Presidencia de la Xunta de Galicia y de ahí tanta promesa de inversión en su tierra natal, promesas bastante falsas todas ellas porque el ministro promete lo que no tiene, y lo emplaza para más allá de 2013 cuando sabe que es bastante probable que él ya no lo gestione, como ha hecho con el AVE.

Pero toda esta campaña de imagen se puede ver truncada por culpa de estos malos malísimos de los controladores aéreos, si llevan adelante su amenaza de huelga. La realidad es que el colectivo, que ha conseguido ganarse la antipatía de todo el personal, se encuentra bastante demonizado por todo el mundo respire por donde respire, y Blanco ha querido aprovecharse de esa circunstancia para presentar a los controladores como el enemigo a batir y a él mismo como una especie de Juana de Arco que nos va a librar del Mal. Pero las cosas no son así.

Con lo que no contaba Blanco es con una huelga que puede ponerle en la picota y costarle un serio deterioro de imagen. ¿Se imaginan al país paralizado por una huelga de controladores en plena temporada estival, y al sector turístico haciendo cálculos de tragedia del coste de esa huelga? ¿Quién tendría la culpa? Obviamente, por un lado los controladores pero, por otro, todo el mundo acabaría mirando hacia el ministro que, entre otras cosas, desde el primer momento optó por el camino que él consideraba más fácil: en lugar de sentarse a negociar desde el primer momento, prefirió enfrentarse a los controladores pensando que la opinión pública estaría siempre de su parte, pero ese cálculo se le acaba de ir al traste porque si evita la huelga con un arbitraje le puede costar más caro de lo que quería y, si no, la huelga también puede tener un coste prácticamente inasumible, hasta el punto de suponer un freno importante a sus aspiraciones políticas.

Desde Vilanova de Arousa, un servidor.

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