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Autor Martín Palacín. O xornal de Galicia

En la leprosería de San Simón, por ejemplo, o en aquella ­isla maldita de Molokai, que veíamos en el imaginario cinematográfico. El gobierno se está quedando, de manera reiterada, aislado por el mar de la crisis, en esa isla de la abstención de los restantes partidos. Es el sino de la famosa geometría asimétrica que en épocas de desolación no da para más. La soledad de gobernar en medio de la abstención, teniendo que ceder cada vez más y más de sus principios y convicciones. Tanto, que está corriendo el riesgo de perder sus propias convicciones.

La reforma laboral es el último amargo capítulo de esta saga desgraciada. Amargo no por la soledad del gobernante, ni por la lamentable situación de que te dejan gobernar al desgaste, porque nadie se atreve a tomar el testigo en tiempos tan aciagos. Amargo, porque, en cada envite tanto el PSOE como el gobierno pueden perder las señas de identidad.

Y eso que esta vez le ha venido a salvar un poco la cara el PNV. Porque ha terminado proponiendo algo menos inconsistente que esa disolución mental del “todo vale” con tal de sacar una reforma. Ese todo vale de que las empresas puedan alegar el catarro de unos problemas de tesorería para despedir por el mínimo coste a los trabajadores. A eso llegó a estar dispuesta la táctica de la geometría variable, con tal de seguir a flote. Es algo que muchos no olvidaremos fácilmente. Porque no todo es táctica con tal de seguir adelante. Y no basta con ofrecer a los trabajadores el subsidio en caso de paro. Tener que agradecer al PNV que se ponga racionalidad en este terreno, a cambio de una abstención, no deja de ser bochornoso.

Y todo por el sostenimiento de un dogma que nadie ha demostrado como eficaz: eso de que se crea empleo si se abarata el despido. Ese dogma defendido por una patronal presidida por alguien que está enviando a la calle a los trabajadores de sus empresas después de venderlas a enterradores profesionales. Ese dogma que sustituye a las propuestas de políticas activas de empleo. Porque falta imaginación para idear alternativas para el reparto del empleo, para repartir y compartir los tiempos de producción, para ingeniárselas en el camino de buscar iniciativas de exportación a países como los latinoamericanos, tan necesitados de tantas cosas que comprarían a crédito. Y una España que ha sido capaz de condonar deuda, ahora no es capaz de estrujarse la mollera para otorgar créditos para poder exportar. Por ejemplo.

Muchos perdonaríamos incluso aventuras en ese sentido, antes que la pérdida de principios básicos y elementales. Principios que no se aplican por culpa de la geometría de los votos parlamentarios. Si la izquierda sumara lo suficiente, seguro que estaríamos haciendo otra política, más acorde con aquel “no nos falles“, que los jóvenes le pidieron a Zapatero la primera noche de su primera elección. Pero el millón de votos de IU da solo para dos diputados, mientras la suma de CIU y PNV, que alcanzan poco más de ese millón, totalizan 17 diputados. Y eso condiciona una política que en estos momentos se hace especialmente dramática para la vida de millones de trabajadores y de parados.

Lo malo de la situación es que –por mucho énfasis que se ponga desde las filas del gobierno– no nos están convenciendo de que con estas iniciativas se va a crear empleo, ni se va a salvar el barco. Lo terrible es que desde esa aislada soledad casi de leprosería, mañana el gobierno Zapatero tendrá que intentar imaginar otras cosas para crear empleo.

Y lo malo es que –digan ahora lo que digan– los sindicatos se han dedicado tantos años a vivir del sector público y han generado unas estructuras tan burocratizadas, se han mantenido tan acomodadamente lejos de los trabajadores más de base, que en estos momentos no tienen capacidad para llegar al corazón de esos trabajadores que contemplan la crisis en solitario, agazapados en sus puestos de trabajo para que ni siquiera se fijen en ellos, no sea que –al primer problema de tesorería– su empresario le señale con el dedo y le diga un “tú”, que significa: “a las tinieblas exteriores”.

Y en medio de todo esto, los famosos economistas, siempre profetas del pasado, seguirán administrando sus recetas que, casualmente, jamás resuelven el problema de los parados y de los trabajadores, sino que dan prioridad a los beneficios de los bancos, que –nos dicen– desencadenarán la bonanza económica. ¿De quién?

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