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Salgado rompe los esquemas del PSOE

«La gestión del vicepresidente económico, Pedro Solbes, fue la adecuada mientras tuvo esa responsabilidad, pero el presidente del Gobierno entendió que era necesaria una nueva mirada para poner el acento en las políticas que deben marcar el nuevo tiempo». Es probable que cuando el vicesecretario general del PSOE y ministro de Fomento, José Blanco, realizara esta observación no fuera del todo consciente de lo que iba a significar para su partido la llegada de Elena Salgado al control de mando de la economía española. Rompió esquemas.
Su designación como ministra de Economía, va a hacer ahora un año, hizo correr la especie de que José Luis Rodríguez Zapatero buscaba sólo una marioneta que ejecutara sus planes. Y, sin embargo, ella es la responsable de que el PSOE haya asumido con docilidad la ruptura de preceptos tan arraigados en su 'disco duro' como el de que el IVA es un impuesto regresivo que penaliza más a las rentas bajas, obligadas a dedicar una mayor parte de sus ingresos al consumo.
Persuadir al presidente del Gobierno de que era conveniente elevar dos puntos este impuesto (uno en el caso del IVA reducido) puede parecer lo de menos porque, ya en la primera legislatura, demostró no ser rehén de criterios económicos firmes. Sus decisiones siempre han estado al albur de las ideas más o menos ingeniosas de sus asesores como la también poco ortodoxa devolución de los 400 euros auspiciada por Miguel Sebastián (ahora tachada por la propia Salgado de ineficaz y por sus propios defensores de simple medida electoral) o el también al 'cheque-bebé' de 2.500 euros tan denostado por las formaciones de izquierdas.
El mérito de la vicepresidenta está, precisamente, en que lo suyo no son las ideas geniales que epatan al jefe; convencerle de que hay que 'quitar' más dinero a todos los ciudadanos no es lo mismo que animarle a 'regalarlo'. Salgado es, según quienes tienen que despachar con ella, una mujer analítica, con «mucho carácter», y en ocasiones poco flexible, que batalla «hasta el último minuto» sus decisiones. Así ha triunfado donde Solbes fracasó. Ha sido capaz de imponer sus ideas a pesar de que, hasta sus amigos más cercanos en el Consejo de Ministros, encontraban 'peros' a su nombramiento. Cuando, al mes de ocupar ella su despacho, el ex secretario de Estado de Economía, David Vegara, dijo que se iba un destacado ministro se lamentó: «Elena no controla de finanzas y él era 'la persona'»
Meses después, los socialistas sucumbían ante la vehemencia con la que explicó a la dirección del partido por qué subir el IVA también podía ser justo; algo que defienden desde hace décadas diversos teóricos.
«Yo tenía muy interiorizado que la izquierda sólo sube los impuestos progresivamente, pero no es lo mismo la sociedad de los 70 que la actual: ahora la brecha entre ricos y pobres no es tan grande, la mayoría somos clase media», explica con entusiasmo una dirigente que se declara 'conversa'. «La redistribución no necesariamente tiene que venir por el lado de los ingresos, también se puede ejercer por el de los gastos; hay que mirar el conjunto», remarca otro diputado con máster en Economía.
'Sapo'
En todo caso, el del IVA no es el único 'sapo' que ha tenido que tragarse el partido gubernamental. Ni quizá sea el último. El anuncio de la reforma del sistema de pensiones no ha encontrado tan buena acogida en las filas socialistas. Pero tampoco tiene padre reconocido. «Detrás están los mercados internacionales», «nos lo exigía Bruselas», se escabullen en el Gobierno y en el partido.
En debate está aun la retirada de los estímulos fiscales. En el Ejecutivo hay disparidad de opiniones. Sebastián es, según fuentes de su entorno, partidario de mantenerlos. Sostiene que el sector privado no tiene capacidad aún para tirar por sí solo de la economía y que el público tiene que hacer esa labor.
De momento, en esta discusión también lleva las de ganar Salgado, sobre todo, mientras España ocupe la presidencia de turno de la UE. Si los principales países europeos deciden, como así están haciendo, volver a meter en el bolsillo la mano del Estado, Zapatero está obligado a seguir sus pasos. No importa que entre los suyos haya quien le acuse, con cierta resignación, de falta de «valentía».

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